CNH: ¿Cómo pudo Dios permitir que sucedieran estos tiroteos sin sentido, especialmente contra niños inocentes?
Obispo Jugis: Dios sólo quiere el bien en el mundo; y uno de los mayores regalos que nos ha dado es el don de la libertad. La gente puede usar esta libertad para hacer el bien o el mal. Cuando ocurren actos horribles como los que hemos presenciado en Texas, estos son contrarios a la voluntad de Dios. Es un acto de maldad. Cuando Dios se hizo hombre en la persona de Cristo, entró en nuestro mundo acosado por los abusos de la libertad, el mal y la injusticia. Como se ve en la cruz, Él no es un Dios indiferente a nuestro sufrimiento. Él entra en nuestro dolor, en nuestra debilidad y en los estragos del pecado. En la cruz, en este gran acto de amor, Él nos muestra la salida de la oscuridad y el dolor, iluminándonos el camino de la salvación, prometiéndonos la corrección de todos los males, la paz y la vida eterna donde ya no hay posibilidad de pecado y maldad. Nuestro Señor nos dice: “Vine para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
CNH: ¿Qué palabras de consuelo ha dado a las personas que han experimentado un dolor tan profundo?
Obispo Jugis: El dolor de la pérdida es difícil en cualquier circunstancia. Cuando se trata de un acto de maldad contra niños inocentes es especialmente desgarrador. Ante tal tragedia, solo hay dos cosas que pueden traer algo de paz: nuestra fe en Dios y el amor que compartimos unos con otros. Enfoquémonos en ambos.
Y oremos para que el Espíritu Santo nos dé sabiduría y firmeza de propósito para poner fin a tanta violencia.
CNH: ¿Cómo debemos responder como cristianos a la creciente violencia que estamos viendo en nuestro alrededor?
Obispo Jugis: La paz comienza en el corazón. Nuestra primera responsabilidad es asegurarnos de nunca renunciar a esa paz, y no permitir que la oscuridad, el aislamiento y la discordia nos superen a nosotros y, a su vez, a quienes nos rodean. En segundo lugar, podemos ser más atentos y cariñosos con nuestros familiares, amigos y vecinos.
Debemos orar para que Dios nos dé el coraje y la caridad necesarios para llegar y ayudar a quienes puedan estar sucumbiendo a la desesperación, que puedan estar al borde del colapso, por su bien y el de los demás.
— Catholic News Herald
Tres diáconos latinoamericanos abrieron paso a nuevas generaciones en la diócesis
El 1 de julio de 1995, después de completar varios años de formación para el diaconado, tres hombres de origen hispano esperaban inquietos y emocionados en los pasillos de la Iglesia San Gabriel para recibir las sagradas órdenes que los consagrarían como diáconos de la Iglesia Católica.
Carlos Medina, nacido en Nicaragua, Rafael Torres y Edwin Rodríguez de Puerto Rico, fueron parte de un grupo de once candidatos ordenados ese día por el Obispo William G. Curlin.
Era la primera ordenación en la que participaban varios candidatos latinos, y estos tres hombres se convirtieron en el núcleo de los que es ahora un creciente diaconado hispano con presencia en toda la diócesis.
Otros tiempos
En los años 90, los hispanos eran pocos y encontrar un sacerdote o diácono que hablara Español muy raro. La comunidad latina se reunía para asistir a Misa en el Centro Católico, en la esquina de las calles Shenandoah y The Plaza, donde se ubicaba la antigua Iglesia Nuestra Señora de la Asunción.
Los tres nuevos diáconos fueron asignados al Centro Católico, donde el Obispo Curlin los invitó a “encender a sus comunidades con el fuego de Jesús”.
El sacerdote Vicentino, Padre Vicente Finnerty, a cargo del Ministerio Hispano en ese momento, recibió a los diáconos y los envió al servicio del ministerio en diferentes parroquias.
Desde entonces la diócesis ha crecido y cambiado. El número de católicos hispanos supera la mitad de la población católica en el oeste de Carolina del Norte.
La necesidad de sacerdotes que hablen Español persiste, pero ahora muchas de las parroquias ofrecen la liturgia en Español y tienen clérigos que pueden pastorear la creciente y diversa comunidad latina.
La oficina del Ministerio Hispano de la diócesis, liderada por el Padre Julio César Domínguez, cuenta con coordinadores para cada vicariato. Grandes eventos diocesanos, como el Congreso Eucarístico, realizan programas regulares en Español que atraen a miles de fieles. Tres seminaristas y seis jóvenes que estudian en el Seminario Universitario San José son latinos.
Todo comenzó con estos pioneros, que pavimentaron el camino para una nueva generación de católicos latinos que están cosechando las semillas que esos hombres plantaron en tierra fértil hace 27 años.
Diácono Carlos Medina
Nacido en Nicaragua, Carlos Medina llegó a Estados Unidos en 1978, escapando de la revolución que desangraba su país. “El viaje me hizo llorar a mares”, confesó, pues la incertidumbre de llevar a su familia a lo desconocido lo quebró.
Con 29 años, inicialmente se instaló con su esposa y sus cuatro hijos en Miami. En 1981 se trasladó a Charlotte, donde empezó a colaborar como lector, ujier y ministro extraordinario de la comunión en la Catedral San Patricio. Su fe se incrementó gracias al Cursillo de Cristiandad y el programa del Ministerio Laico. Pronto sintió el llamado para servir más a Dios y su Iglesia y, después de conversar con su esposa, respondió positivamente a la invitación del Obispo John Donoghue al diaconado.
Tras su ordenación fue asignado a la parroquia Sagrado Corazón en Salisbury para iniciar el ministerio hispano con el P. Thomas Clements. Luego sirvió por cinco años en la Iglesia Santa Dorotea en Lincolnton. En 2002 fue asignado a la Catedral San Patricio, donde permanece hasta el día de hoy.
Diácono Rafael Torres
Nacido en Puerto Rico, Rafael Torres es un veterano de la guerra de Vietnam. Se trasladó a Texas después que su trabajo como supervisor de una refinería en Puerto Rico concluyera al cerrar la planta en 1982. Al no encontrar trabajo en Texas, él, su esposa y sus tres hijos se trasladaron a Charlotte, donde vivía uno de sus hermanos.
Aquí comenzó a frecuentar el Centro Católico los viernes para rezar el Rosario. Así conoció a la hermana Pilar Dalmau, quien se encontraba a cargo del Centro y ofrecía el Cursillo de Cristiandad con instructores de Miami. Ellos capacitaron a varios fieles, entre ellos a Rafael Torres.
El Diácono Torres ha servido en el Centro Católico, el Tribunal diocesano y la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción. Por cerca de 25 años sirvió en la Parroquia San Lucas de Mint Hill, hasta que hace pocos meses debió retirarse para cuidar de la salud de su esposa.
Diácono Edwin Rodríguez
Nacido en 1948 en Rincón, Puerto Rico, estaba casado y tenía tres hijos. Antes de su fallecimiento en 2012 sirvió en la Parroquia San Marcos en Huntersville y San Vicente de Paúl en Charlotte.
— César Hurtado, Reportero
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