CHARLOTTE — Alegre, con una amplia sonrisa que lo hace parecer menor de los 47 años con los que cuenta, el Padre Blas Samir Lemos Lemos es el nuevo vicario de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe en Charlotte, la de mayor feligresía de origen hispano en la Diócesis de Charlotte.
Nacido el 26 de octubre de 1975 en Itaibe, Departamento del Cauca en Colombia, es el mayor y único varón de cuatro hermanos nacidos en una familia muy católica, que desde sus primeros años sembró las semillas de la fe en su alma.
Era tanta la cercanía, comenta, que los sacerdotes de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús almorzaban inicialmente en casa de la abuela materna y luego en su casa. Así comenzó la familiaridad con los sacerdotes Vicentinos, los padres misioneros que estaban a cargo de la parroquia.
De niño, recuerda, solía representar el papel de apóstol durante la Semana Santa. “En el pueblo pequeño lo más importante era la Eucaristía y el sacerdote tenía un papel muy valioso y notable en la comunidad”, nos dice.
Cuando ingresó al colegio debió salir del pueblo, alejarse un poco de la casa. Mientras estudiaba, le llamó la atención la música y junto con unos amigos formaron un grupo de folklore andino, donde tocaba el tambor y cantaba.
Como reza el dicho popular, “de la raza le viene al galgo”. La música ya corría por sus venas. Su padre era músico y ejecutaba música colombiana, boleros y bambucos. “Pero no era bohemio, más bien abstemio. Nunca lo vi tomado, siempre en sus cabales”, aclara.
El arte musical, confiesa, le trajo cierta distracción y, atraído por este, tocaba y cantaba donde se le presentaba la ocasión. “Una vez nos fuimos por ahí, sin permiso del colegio, y casi nos echan”, nos relató sonriendo.
Al concluir el bachillerato, mientras participaba en el grupo ‘Juventudes Marianas Vicentinas’, visitaba pueblos pequeños o caseríos en una especie de misión.
“Eso me llamó la atención, algo muy similar a la vida misionera de los padres Vicentinos, a quienes veía en su trabajo pastoral”, cuenta.
Pero también le interesaba el trabajo de los maestros de escuela, y hasta en algún momento se sintió atraído por la vida militar.
Finalmente decidió que quería ir al seminario y habló con un sacerdote Vicentino, al que le manifestó su interés por la Comunidad. Existió también la posibilidad de integrarse al clero diocesano pero, ante la vida de misión de los Vicentinos se inclinó por ellos.
Luego llegaría una tarea más complicada: comunicar la decisión a sus padres. Sin embargo, dice, hablar con ellos no fue difícil. “Al principio no lo tomaron con tanta ilusión, pero me dejaron muy libremente elegir”, comenta.
Así, ingresó al Seminario La Milagrosa de los padres Vicentinos en Medellín.
A poco de ingresar, en el segundo semestre, tuvo un momento en que dudó de su vocación. “No quería ni siquiera estar en mi habitación”, dijo. Pero, poco a poco, “entrando como en el ritmo, el ambiente”, y con la ayuda de los compañeros y mucha oración, se fortaleció su decisión.
Es en el seminario cuando comenzó a aprender formalmente música, guitarra y otros instrumentos.
Los años pasaron pronto y, tras su traslado al Seminario Vicentino Villa Paúl en Funza, Cundinamarca, muy cerca a Bogotá, logró su ordenación como diácono.
Finalmente, el 22 de mayo de 2004, “al cumplirse los cien años de la presencia Vicentina en mi región, y como parte de esa celebración, tuve el honor de ser ordenado en mi pueblo por el Obispo Edgar Hernando Tirado Mazo, en ese entonces recién ordenado Obispo en Medellín”, cuenta.
Al Padre Blas le gusta la experiencia misma del sacerdocio, al que considera una bendición. Pero también, quizá por esa vocación de maestro, disfruta en el servicio de formación de sacerdotes, de formación de la fe en la feligresía, al igual que el acompañamiento a la gente, el sacramento de la reconciliación, “donde uno se da cuenta de los problemas de la humanidad que la gente sobrelleva cada día”.
Después de servir en Colombia hasta 2022 en la formación de sacerdotes, fue enviado en misión a Nueva York, y posteriormente asignado a nuestra parroquia en Charlotte, donde ha recibido el calor de nuestra gente, y podido ser testigo del respeto y aprecio por los sacerdotes.
Respecto a sus feligreses, dice que son “muy queridos, gente valiosa, de una fe inestimable, de un gran deseo de servir. Gente muy sencilla con un corazón muy grande. Todo eso me anima para dar lo mejor por el bien de la Iglesia y de las personas que asisten a esta parroquia”.
Notamos en el Padre Blas un deseo infinito de escuchar al pueblo de Dios. “Estamos viviendo en un mundo muy plural, por lo que hay que escuchar, escuchar, escuchar, escuchar y escuchar. Y escuchando, se podrán tener mejores herramientas para establecer un lineamiento en la pastoral que no nos distancie unos a otros”, dijo.
Por el momento, aparte de sus labores sacerdotales, trabaja intensamente en el aprendizaje del idioma inglés como vehículo para entrar en contacto con las personas, la cultura. “Y le pido a mi Dios que me de la gracia de pasar por aquí haciendo todo el bien posible”, finalizó.
— César Hurtado
CHARLOTTE — Decenas de niños y jóvenes, acompañados de sus familiares y amigos, asistieron a la Misa de Graduación que celebró la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe de esta ciudad.
En la liturgia especial, se agradeció a Dios por el logro de un hito importante en la vida de los graduados, ya sea que hayan alcanzado a concluir el kindergarden, el quinto grado de escuela elemental, el décimo segundo grado de escuela secundaria, estudios universitarios, de maestría o incluso escuelas militares.
El celebrante, Padre Hugo Medellín, vicario parroquial, resaltó en su homilía la importancia de la educación y el papel que juega en la vida de los estudiantes.
Refiriéndose a Jesús, a quien llamó “maestro por excelencia”, dijo que nuestra sociedad “funciona” gracias a la existencia de maestros que nos van enseñando y ayudando con el conocimiento.
La educación en Estados Unidos, señaló, tiende a ser muy técnica. “Se enseña cómo hacer las cosas, como por ejemplo a ser mecánico, biólogo, médico o arquitecto”, dando prioridad a la razón, pero, “¿qué hay de la fe?”, se preguntó, “y es por eso que hoy estamos aquí, viviéndola, dando respuesta a esta interrogante”.
“La fe crece con nuestra tradición católica, también con las artes del conocer y el saber”, dijo. “En las escuelas podemos preguntar y obtener respuestas sobre el funcionamiento del cuerpo humano. Pero cuando nos preguntamos ¿qué es la vida?, ¿cuál es su sentido?, necesitamos de otra sabiduría, necesitamos de la razón, pero guiada por la fe”.
Dirigiéndose a los graduados, los exhortó a que comiencen a hacerse otras preguntas “más difíciles”, que no se resuelven solamente con manuales y libros. Las preguntas sobre cuestiones filosóficas y teológicas son también muy importantes, resaltó. “Y el verdadero progreso, la verdadera contribución para la sociedad sucede cuando podemos conjugar el conocimiento, el raciocinio y la fe”, puntualizó.
El Padre Medellín felicitó entonces el esfuerzo y constancia de los estudiantes, que se representan, dijo, “con la toga y el birrete que llevan puestos con merecimiento y orgullo”.
Luego invitó a los estudiantes a presentarse frente al altar, donde los bendijo con estas palabras: “Que el Señor los acompañe siempre, que siga iluminando su corazón y su mente, que siga infundiendo en ustedes el deseo de saber cómo funciona este mundo, nuestra vida... Que les inspire a seguir buscando las verdades eternas, que ilumine su camino por la fe y les fortalezca en su andar”.
Tomando la calderilla con agua bendita, y sumergiendo el acetre para esparcirla sobre las cabezas de los niños y jóvenes, el Padre Medellín dijo sonriendo que “esta es la parte divertida”, y procedió a rociar agua bendita sobre ellos.
Tras un sonoro aplauso, y antes que la celebración de la Misa continuara, se tomaron algunas fotografías del gran grupo de graduados. Al término de la Misa, un número importante de ellos permaneció dentro del templo para la toma de fotos frente a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe junto a sus padres y amigos.
— César Hurtado