Hay una palabra en latín que siempre me ha llamado la atención: totus. Muchos católicos la conocemos o la hemos escuchado en algún momento. Significa “todos”, sin excepción alguna. Evoca totalidad y comunión.
Si en algún momento nos encontráramos buscando una palabra con la capacidad de representar lo que significa ser un cristiano católico, creo que totus puede ser esa palabra. Es un término saturado de la idea de universalidad y una invitación radical a entrar en relación con los demás y con todo lo que existe.
Todavía estoy procesando el momento emocionante cuando el Papa Francisco afirmó que en la Iglesia hay lugar para “todos, todos, todos”. Lo dijo durante la ceremonia de apertura del Día Mundial de la Juventud del año 2023, frente a cientos de miles de jóvenes reunidos en Lisboa que provenían de toda esquina del planeta.
El Papa dijo, “hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente”.
La gran multitud, retumbando en sus propios idiomas, hacía eco a la fórmula tríadica: todos, todos, todos; everyone, everyone, everyone; totus, totus, totus. Así proclamaban nuestros jóvenes católicos, al unísono con el sucesor de Pedro.
Vivimos en un mundo definido por batallas tenaces que buscan incluir y excluir. Individuos, organizaciones, instituciones, naciones y poderes se esfuerzan por establecer criterios rigurosos para determinar quién pertenece y quién no pertenece; quién tiene acceso a entrar y quién se queda afuera. Aquellos que son excluidos luchan por sobrevivir y a participar en cuanto les sea posible.
Entonces escuchamos a nuestros jóvenes católicos, proclamando a una sola voz: todos, todos, todos. Dicho clamor no es una mera aspiración ingenua. Es un recordatorio y una corrección. Un recordatorio del plan original de Dios para la Iglesia; de que el Evangelio de Jesús es un llamado a acoger y no a excluir. Es una corrección de curso, especialmente cuando en nuestras comunidades, colegios e incluso en nuestras familias se comienza a adoptar el lenguaje de exclusión.
El ser cristiano católico jamás debe equipararse al proceso de demostrar cierto valor y credenciales para hacerse miembro de un club con intereses especiales. Muchas veces olvidamos esto. Por ser bautizados, a pesar de nuestras diferencias, opiniones y la lucha diaria por entender de lleno el misterio de la existencia humana, la comunión eclesial es de hecho nuestro punto de partida. ¡Ya somos Iglesia! Y como tal estamos invitados permanentemente a la comunión.
Por supuesto, hay que tener en cuenta el pecado y la posibilidad de que alguien tome la decisión consciente de alejarse de la comunión eclesial. Aún así, las puertas del perdón y la reconciliación siempre están abiertas. Somos parte de una Iglesia en donde hay lugar para todos: todos, todos, todos.
Dr. Hosffman Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.