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Catholic News Herald

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dominguez2El Evangelio de San Lucas 24:13-35 nos presenta cuatro partes que vamos a meditar, cada dos semanas, con todos ustedes. En la primera, Jesús sale al encuentro de sus discípulos que se alejan desanimados.

Nos encontramos con unos discípulos que han vivido una fuerte experiencia del misterio de Jesús. Habían compartido con él varios años, lo habían visto crecer en fama por sus milagros, habían escuchado su hermosa doctrina y habían visto multitudes seguirlo. Ellos lo vieron como profeta grande en obras y palabras y, sin embargo, ahora se iban. ¿Por qué? Porque vieron el momento fuerte de un Cristo levantado en alto en alto en el suplicio de la cruz. No entendieron que el Mesías tenía que padecer mucho y ser rechazado por las autoridades y por el pueblo judío.

Jesús encuentra a sus amigos en esta situación de miedo y de falta de fe. Las fuerzas de la muerte, la cruz, habían matado en ellos la esperanza. Era la situación de mucha gente en tiempo de Lucas y la primera comunidad cristiana, y lastimosamente sigue siendo la situación de mucha gente hoy. Jesús se acerca y camina con ellos, escucha, habla y pregunta: “¿De qué estáis hablando?” La ideología dominante en ese momento, esto es, la propaganda del gobierno y de la religión oficial de la época, les impedía ver. “Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar..., pero...”. ¿Cuál es hoy la conversación del pueblo que sufre? El primer paso de Jesús es éste: aproximarse a las personas, escuchar su realidad, sentir sus problemas, ser capaz de plantear preguntas que ayuden a las personas a mirar la realidad con una mirada más crítica.

Sin la esperanza que nace del Cristo Resucitado se van alejando y nos vamos alejando actualmente. Para ellos, como para muchos en nuestra sociedad actual, Dios había muerto y ya nada más podía hacerse; iban sin rumbo, pues en realidad no llevaban rumbo fijo.

Llevaban miedo, señal principal de que Dios no iba en sus corazones.

Iban desanimándose uno a otro, hablando de lo ocurrido, pero sin ninguna fe en las palabras que Dios había dicho y pronunciado.
Iban en la ignorancia, pues no reconocían en Cristo lo que ya el Antiguo Testamento había pronunciado.

Iban frustrados, pues a pesar de haber visto los grandes milagros de Jesús, sus grandes sermones y predicaciones, no entendieron que el Mesías haya sido derrotado de esa manera.

¡Cuántos de nosotros vamos siguiendo a Cristo de la misma manera! Y mientras que todo va bien sentimos que queremos ser buenos cristianos y muchas de las veces queremos que todo sea de color de rosa.

Buscamos con vehemencia los milagros y los encontramos en nuestra vida diaria, pues ciertamente, Dios nos los da en abundancia, para que sigamos teniendo fe y nos decidamos a seguirlo.

Sin embargo, el camino de un buen cristiano estará siempre señalado por el camino de la Cruz, y es cuando muchos de nosotros sucumbimos y nos alejamos. Nos perdemos en la tristeza, nos da la tentación de renegar y lo más triste, de no seguir ya más a Cristo.
La ignorancia nos pervierte, pues al no conocer las Escrituras y meditarlas profundamente, se nos olvida que el camino a la Resurrección lleva de paso la crucifixión y que Cristo nos dijo: Si quieres ser mi discípulo, toma tu cruz y sígueme.
Pero hay un momento de gloria para estos discípulos y para cada uno de nosotros: Jesús se acerca y camina con ellos al igual que lo hace con nosotros, quiere que le digan todas sus dudas y preocupaciones, al igual que con nosotros quiere que le visitemos en el Sagrario y que le contemos todas nuestras batallas y luchas.
No habla mucho mientras que ellos van diciendo todo lo sucedido, sus esperanzas rotas y sus desánimos, tal cual sucede en el Sagrario, tan lleno de silencio que nos invita a desahogarnos diciéndole a nuestro buen Dios todas nuestras penas y frustraciones.
En palabras de San Agustín, podemos decir, cuida de este momento de gracia, que pasa y no retorna.
¡Qué abismo de riqueza es la ciencia y profundidad del Señor!, ¡qué insondables son sus juicios y qué profundos sus designios! ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién le ha dado para que le devuelva?
Sabiendo el Señor que al alejarse de la comunidad encontrarían un vacío existencial, se acerca a ellos para devolvernos la esperanza, que en el ir y venir de la vida habían perdido.

El Padre Julio DomÍnguez es Vicario Episcopal del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.