La familia es el primer lugar o escuela en el que la dimensión y la responsabilidad de educar están llamadas a expresarse y manifestarse. Su tarea es educar para la santidad.
Como en repetidas ocasiones decía el Santo Papa Juan Pablo II, sólo desde la perspectiva de una sana educación en el hogar se puede tener la esperanza de construir una sociedad nueva en un mundo sobre el que se ciernen tantas amenazas.
Los padres deben comprender que con sus familias son protagonistas de una nueva sociedad, de esa sociedad que se abre a nuevos estilos de vida y que cosechará lo sembrado en este momento.
Su cosecha será abundantemente regeneradora y llena de gracia si se ha sembrado con amor y con sacrificio abnegado una digna formación en los hijos; pero ante todo si esa siembra está caracterizada por un eficaz y coherente acercamiento a Dios.
El protagonismo educativo de la familia no se limita sólo al ejercicio de las tareas intelectuales; éste se extiende al crecimiento espiritual. Su empeño debe ir más allá de las limitantes científicas porque toca al interno de la misma persona.
No se trata de construir un robot o una gran máquina procesadora de datos, sino de salvar la propia vida, la vida de la familia, la vida de la sociedad.
La tarea de la educación espiritual exige un compromiso radical de los padres con sus hijos, pero al mismo tiempo una respuesta de los hijos que son educados. De tal manera que la familia entera se sienta tocada por la necesidad de combatir las fuerzas del mal, del egoísmo, del individualismo y “de la visión naturalista de la vida que agreden constantemente a todo lo que significa la familia como obra de Dios, como esbozo de la última obra maestra de Dios, que es la Jerusalén celestial, la unidad de todos los pueblos en Cristo” (C. Martini, Meditaciones para las familias, Colección sauce, 9 pp. 63).
Ningún núcleo familiar está excluido de su protagonismo al recorrer el camino salvífico que tiene su centro en la profundidad espiritual del ser humano. Esta vida espiritual se intensifica y se hace realidad creciendo en la oración, gran medio de encuentro familiar con Dios.
Dentro de este contexto, la oración es deber, tarea y necesidad que compromete el protagonismo espiritual de la familia entera.
Así lo ha querido Dios en su relación con el hombre, y así lo ha proclamado la Iglesia a través de su historia.
El Padre Fabio MarÍn, sacerdote redentorista, es párroco de la Iglesia San José en Kannapolis.