Voy a tratar de expresar las profundas emociones que viví en esos días que anduve en peregrinación por Tierra Santa. Antes que nada, quiero expresar que fue un viaje que añoraba desde hace muchos años y había planeado con anterioridad. Pensaba que pasar Semana Santa en el lugar en que fueron realizados todos los hechos sería algo extraordinario, y puedo decir que no me equivoque.
Desde que un sacerdote amigo mío me confirmó que era posible hacerlo, y que los hermanos franciscanos daban oportunidad para realizarlo, me propuse a hacer todos los preparativos para mi peregrinación y fui dándome cuenta que Dios iba poniendo todo en su lugar para realizarlo sin problema. Esa fue una confirmación para mí de que era la voluntad de Dios.
Fue hermoso ver que mi cumpleaños caía precisamente durante Semana Santa, y que también el 50 Aniversario de mi diócesis se celebre precisamente cuando cumplo mis 50 años de edad. Así que tenía muchos motivos para celebrar.
Desde el inicio quise que mi ida a Tierra Santa no fuera en plan de vacaciones sino de peregrinación, pues iba decidido a vivir todas las celebraciones y cosas que hubiera por allá. Como una especie de retiro que me ayudara con mi vida espiritual.
Desde mi llegada el sábado por la noche, antes del domingo de Ramos, me dijeron que había un servicio de medianoche en el Santo Sepulcro. Y aunque iba muy cansado por el viaje, decidí irme con los hermanos franciscanos a la celebración, que duró aproximadamente dos horas pero fue muy hermosa por los cantos y lecturas que se hicieron.
Al siguiente día la Misa era a las 7 de la mañana y allí estaba listo para comenzar mi jornada. Ya por la tarde fue la procesión del Domingo de Ramos y el ver a tantos católicos de todas partes del mundo tan llenos de alegría fue algo hermoso.
Y así empezaron una serie de visitas a los lugares santos, en los que siempre había celebraciones litúrgicas. Fuimos a Betania, al Monte de los Olivos, a Getsemaní, a la Iglesia de Galicanto, al Cenáculo. Muchas veces íbamos al Santo Sepulcro y las celebraciones no eran solo durante el día, sino también en la noche. Todas estas visitas eran en procesión, teníamos que caminar mucho.
De las celebraciones que más me gustaron fue una Hora Santa que hicimos el jueves por la noche en la Iglesia del Getsemaní. Tan solo pensar que allí, en aquella roca, habían sido derramadas lágrimas y gotas de sangre del precioso Cuerpo de nuestro Señor, me hacía estremecer. Y después de esto, la procesión de noche hacia la casa de Caifás (actualmente la Iglesia de Galicanto) fue extraordinaria, con miles de personas caminando en silencio.
Uno de los regalos que Dios me hizo en esos días fue dejarme concelebrar en el Cenáculo. Desde un principio nos habían dicho que solo el Guardián y algunos sacerdotes concelebrarían, pero cuando me llegó la invitación casi me desmayo de la emoción, de saber que estaría allí, en el mismo lugar donde nuestro Señor celebró por primera vez la Santa Eucaristía.
El Viernes Santo estuvo muy lleno de cosas que no podría ponerlas todas por escrito. Lo que si les puedo decir es que fue vivir lo ordinario en lo extraordinario. Como era fiesta del Ramadán de los Musulmanes y también la Pascua Judía y todos los cristianos, pues era un mundo de gente.
Cuando llevábamos la cruz en el Santo Viacrucis, a las 2 de la tarde para terminar a las meras 3, era una experiencia poco agradable pues estábamos en medio de un mundo hostil al cristianismo. La gente nos miraba con odio, con desprecio, como diciendo ‘qué hacen estos locos llevando esa cruz en este mercado tan lleno de gente’. Cuando me tocó el momento de llevar la cruz, solo pensaba que de esa misma manera había sido el momento tan extraordinario de la Pasión del Señor, en un mundo tan ordinario se realizaron misterios extraordinarios que dieron vida y redención al mundo.
Podría seguir contando más cosas, pero en realidad todo redunda en lo mismo, la presencia hermosa de nuestro Señor estaba allí en ese caos de personas, de vendedores, de procesiones por todos lados. Algo era claro, una alegría espiritual iba inundando cada vez más a todas las personas, a modo tal que el Sábado de Gloria fue una fiesta que se celebró toda la noche y el Domingo de Pascua fue increíble con los cantos y procesiones.
En todos los lugares santos que visité, siempre expresé una misma petición, “Señor, que nuestra diócesis en estos 50 años experimente todas las gracias que nacen de tu Pasión, Muerte y Resurrección; y que nuestros fieles, especialmente todas nuestras familias, reciban las gracias espirituales de esta peregrinación”.
El padre Julio DomÍnguez es vicario apostólico del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.