Es muy interesante ver con cuánta alegría es esperada esta época tan acogedora del año denominada Navidad. Tiempo de hacer cambios y arreglos a los hogares para que denoten el espíritu navideño, augurando con ello días de paz y gozo, tanto para los de casa como para quienes vienen a pasar la Navidad en ella.
Es tiempo de viajar y reunirse con familiares y amigos a quienes no se han visto, quizás desde la Navidad anterior. Tiempo de recordar los sucesos ocurridos en los últimos doce meses, y de manera especial a quienes se nos han adelantado y por primera vez celebrarán la Navidad con Jesús, María y José en el cielo.
Pero, sobre todo, es tiempo de hacer regalos. Y esto pone en apuros a las personas porque no saben qué regalar, ya que están buscando quedar bien al regalar lo mejor. Al mismo tiempo, se desea que el regalo guste, cause mucha alegría y se valore. Por lo menos que se abra, para que no le vaya a pasar lo que a un fulano que los guardó sin abrir y, a la siguiente Navidad se puso a repartir regalos y le dio a una persona el mismo regalo que esa persona le había dado la Navidad anterior. ¡Qué vergüenza!
Otro reto que se presenta al hacer regalos es que si se le da a fulano, se le tiene que dar mengano, a sutano, a merengano y no se sabe a cuántos más, para que no se sienta ninguno. Consecuentemente, salta el dilema: ¿Cuánto hay que gastar en los mentados regalos? Y haciendo cuentas, se necesita un buen billete.
He aquí una forma sencilla y efectiva para hacer no un regalo sino varios y sin gastar un centavo.
Hay que hacer un alto y pensar en Dios Santísimo, que es pura gratuidad, donación y entrega. Entrega que va más allá de lo impensable. Él ha regalado la vida y todo lo bueno que tiene el ser humano. Y sin lugar a dudas, el regalo más grande que Dios ha hecho a la humanidad, lo dice San Juan, cuyo evangelio empieza en las alturas: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su hijo único para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). ¿Qué tal?, y como dijo Cantinflas: “¿cómo le quedó el ojo?”
Así que los regalos más hermosos e importantes no son los regalos materiales, sino los regalos espirituales como paz, perdón, reconciliación, un abrazo o una visita a alguien que esté solo y triste.
Sin embargo, no porque son espirituales no cuestan. También estos regalos tienen un costo, pero no es de dinero sino de humildad. Humildad para reconocer que antes de regalarlos, la persona se los debe regalar primero a sí misma, ya que nadie da lo que no tiene.
Ahora, no mirando al exterior, sino a lo más profundo del corazón, hay que remover vicios, rencores, resentimientos y todo aquello que representa un obstáculo a la alegría y gozo que da el nacimiento del Dios Niño. ¿Cómo?, preparándose para hacer una buena confesión donde Jesús, el Señor, le regalará su paz, alegría y sobre todo su perdón.
De esta manera estará obsequiando de los mismos regalos que le da el mismo Dios. Y estos regalos no solo se pueden dar en Navidad, sino a lo largo de todo el año.
Otra cosa, no porque se repartan se acaban. Al contrario, entre más se dan más crecen. Y es así como la fe se fortalece: dándola, que es el regalo de los regalos.
El Padre Gabriel Carvajal Salazar es párroco de la Iglesia Nuestra Señora de los Caminos en Thomasville.