Mis queridos hermanos en Cristo,
Un gran saludo y un fuerte abrazo en la distancia. Quisiera compartir con Ustedes el tiempo que estamos viviendo: una Cuaresma en tiempo de pandemia.
El 17 de febrero iniciamos este tiempo con el Miércoles de Ceniza. En este día se nos da la pauta o el tono para vivir mejor este tiempo. Siempre que iniciamos las lecturas el miércoles de ceniza, el profeta Joel hace su aparición con un tono de arrepentimiento y una invitación de volvernos a Dios con todo nuestro corazón.
Y en el Evangelio se nos da la manera, o las prácticas cuaresmales, o como dice Jesús las obras de piedad: la limosna, oración y ayuno; la manera de volverse a Dios o dirigir nuestra vida hacia Él .
Jesús menciona las palabras ‘hipócrita’ y ‘en secreto’, afirmando que “habrá una recompensa”. Pienso que esa recompensa es de llegar a la celebración del tiempo pascual a vivir con alegría la Resurrección de nuestro Señor con un corazón lleno de gozo, quitando nuestras máscaras y siendo como Dios quiere que seamos, auténticos cristianos, no hipócritas.
En estos días de Cuaresma quiero entrar en detalles. Primero, no es necesario que hagamos tanto escándalo y que nos vean por todas partes, ni que se hable de nosotros. Allá donde Dios nos haya situado, en nuestro hogar, entre los múltiples trabajos cotidianos, en nuestro despacho, en el trabajo, en la cocina, en la “oscuridad” de nuestras jornadas, en “lo secreto”, como ya hemos escrito, podemos glorificar a Dios y servir a nuestros hermanos, lo que es vivir como cristianos.
El Evangelio nos dice: “cuando des limosna, que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (Mt. 6:2,3). La limosna designa un sentimiento de compasión y la fuerza que nos lleva a aliviar a todo aquel que tiene una pena. Recuerdo la parábola del buen samaritano, un discípulo de Cristo no puede pasar indiferente al lado de un hombre que sufre.
La caridad limosnera no consiste sólo en aliviar la desgracia ajena sino, ante todo, en compartir su sufrimiento para el cristiano. La caridad comienza a partir del momento en que se priva o se empobrece por los demás. Por eso, el Padre celestial es el único que lo ve, allá en lo secreto y a los ojos de Dios.
El valor de la oración, como el de la limosna, depende ante todo de su espontaneidad. No se ora en cumplimiento de órdenes, porque sea la hora, se ora porque se ama, para encontrar a Dios, que es Amor. (Mateo 6,6).
Nosotros no debemos orar sólo para llamar a Dios en nuestro auxilio, sino que, ante todo, tenemos necesidad de expresar a Dios nuestra alabanza, nuestra admiración, nuestro reconocimiento, de actualizar nuestro orgullo y nuestra alegría, de estar unidos a Él. Y así nace el querer orar con la mayor frecuencia posible en medio de nuestras ocupaciones.
“Cuando ayunen no pongan la cara triste” (Mt. 6, 16). El Maestro quiere que la vida de sus discípulos esté centrada sobre Dios solo, en el secreto de su alma, sin otra intención que la de glorificarlo por su obediencia. El Padre, que ve en lo secreto, ha de ser el único testigo de sus renuncias y Jesús toma como ejemplo el ejercicio del ayuno.
A diferencia de la oración, el ayuno no es un fin en sí, sino tan solo un medio. El valor de las privaciones corporales depende de esa penitencia interior, de la cual son la expresión y que sólo Dios conoce.
El ayuno y la mortificación puede aparecer a una mirada superficial como una medida relativa, como un esfuerzo inútil; pero en realidad contribuye al mejoramiento de nuestra vida espiritual.
Todo lo anterior lo encierro en esto: volverse más dóciles a la acción del Espíritu Santo y vivir una Pascua con alegría en medio de esta pandemia.
Dios es bueno todo el tiempo, y todo el tiempo Dios es bueno.
El Diácono Enedino Aquino es coordinador del Ministerio Hispano del Vicariato de Greensboro.