Queridos hermanos,
Hemos empezado este hermoso tiempo de Cuaresma, en el cual, a imitación de nuestro Señor Jesucristo, nos retiramos al desierto para prepararnos a vivir mejor nuestra vida cristiana que consiste siempre en hacer la voluntad del Señor.
La Cuaresma es siempre una buena oportunidad que nos presenta nuestra Santa Madre Iglesia para poder hacer un alto en el camino y reflexionar sobre nuestro diario ascender al cielo.
Es por eso que durante la cuaresma, se nos presenta el tripié espiritual que debemos de practicar y aprovechar al máximo para sacar muchos frutos.
El primero es la oración, que en términos generales es ese deseo de comunicarse con el Padre. En los cuarenta días que Jesús, nuestro Señor, estuvo en el desierto, esa comunicación intensa con el Padre estuvo muy presente, y lo que Jesús más le pedía al Padre es que manifestara plenamente su divina voluntad.
Así, para nosotros, nuestra oración debe de llevarnos a una profunda reflexión sobre nuestra vida y un filial respeto y aceptación de la voluntad de Dios en nuestras vidas.
El segundo pilar de la Cuaresma es el ayuno, lo cual también Nuestro Señor practicó.
Nuestro Señor dejó plasmado en su vivir la importancia de incomodar el cuerpo para dar lugar a las necesidades del alma. Todos los cristianos estamos llamados al ayuno, no tan sólo de comidas sino también de vicios y cosas que nos causan demasiado placer y comodidad.
El ayuno viene a dar una fortaleza increíble al alma para resistir las asechanzas del enemigo y debemos con todo nuestro corazón practicarlo como remedio saludable a nuestra salvación.
Por último, tenemos la limosna o como mejor lo conocemos la caridad con el prójimo.
No me gustaría que nos quedáramos solamente con la idea de que la limosna es darle algo de comer a los más pobres o a aquellos que no tienen casa.
Ciertamente, las obras de misericordia corporales deben de ser practicadas durante este tiempo y siempre, pero también las obras de misericordia espirituales.
El Santo Padre ha enfatizado mucho los pequeños detalles que un humano puede dar al prójimo, como lo sería una buena sonrisa, un decir te quiero, te perdono, un cerrar la boca para no difamar u ofender al prójimo. En pocas palabras, un ser más caritativo con aquellos que nos rodean.
La Cuaresma tiene que ser muy Cristo céntrica, es decir, Cristo está al centro de ella y nosotros tenemos que ir imitando cada vez más a ese Señor que nos invita una y otra vez a la conversión.
Que el espíritu de esta Cuaresma nos ayude a todos a renovarnos y ser mejores cristianos cada día.
El Padre Julio Domínguez es director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.