En estos días he recibido tantos mensajes de familiares y amigos que me piden oración por familiares que están muriendo o ya han fallecido.
Es increíble el número de personas que están sufriendo y mi corazón se estremece y llora ante tanta calamidad.
Es en estos momentos donde nos puede venir el grito interior de decirle a Dios: ¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado! O la gran tentación de pensar que Dios es indiferente.
Pero no queridos hermanos, no es así. Hoy más que nunca el Señor está muy cercano a nosotros como lo estuvo con su Hijo en el Getsemaní, o como lo estuvo con su Hijo amado en el momento de las tentaciones en el desierto.
Hoy más que nunca tenemos que gritarle al Padre: si es posible líbranos de este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya Señor.
El Señor, queridos hermanos, tiene compasión por nosotros y al ser parte del cuerpo místico de Cristo sufre con nosotros.
A veces nosotros, los humanos, tenemos que sufrir las consecuencias de nuestras malas decisiones. Tanto desde la creación de ese virus (si es que perversamente fue creado) hasta el no cuidarnos debidamente como se nos ha recomendado.
Si todos tomáramos conciencia y trabajáramos en los cuidados, en el respeto de los más débiles, y sobretodo en el respeto de la dignidad humana, todo sería otra situación diferente a la que estamos viviendo.
Ahora nos toca doblar rodilla, humillarnos delante del Señor e implorar misericordia.
Debemos de despertar el espíritu de compasión hacia las familias que están sufriendo en estos momentos y ser solidarios en sus necesidades.
Debemos estar atentos a que no se siga propagando el virus por irresponsabilidades nuestras. Usar la prudencia y hacer que los que aún no creen se queden solos y no seguirles el juego de que este virus es solo una fantasía o algo político.
Pero al mismo tiempo tenemos que recuperar el sentido de la dignidad humana. Hagamos más por la vida, recobremos el sentido de dignidad y santidad de la vida humana.
Nosotros los católicos debemos de decir no al aborto, no a los medios anticonceptivos, no a la eutanasia, no a la explotación de menores, no a la trata de blancas, no a todos los cárteles y mafias que matan miles y miles de nuestros jóvenes, no a la violencia doméstica contra las mujeres, los hombres o los niños.
Si recuperáramos a conciencia el sentido de la dignidad humana, tal cual la quiso el Señor, estaríamos haciendo mucho por toda nuestra humanidad.
Quiero decirles a todas las personas que me han pedido oración y que están sufriendo, que no soy ajeno a sus sufrimientos y que pido por todos ustedes.
Ojalá que pronto veamos un nuevo amanecer y Dios nos ayude a seguir adelante, pero que entendamos aquellas palabras que el Señor nos dijo un día: “aquello que hiciste contra el más pequeño de tus hermanos, conmigo lo hiciste”.
Ánimo hermanos y que Dios les bendiga a todos.
El Padre Julio Dominguez es director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.