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Catholic News Herald

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dominguez2Queridos hermanos, hemos terminado el hermoso tiempo de Navidad y ahora, después de la fiesta del Bautismo del Señor, la Iglesia nos invita a vivir el maravilloso tiempo ordinario.

Cuando se dice que es tiempo ordinario, no se quiere decir que sea tiempo de poca importancia, sino que se denomina así para diferenciarlo de los tiempos fuertes como lo sería el tiempo pascual y el tiempo de Navidad, Adviento y Cuaresma.

El tiempo ordinario es el tiempo más antiguo en la organización del año litúrgico y además ocupa el tiempo más largo dentro del ciclo litúrgico, tomando 33 o 34 de las 52 que tenemos.

En el tiempo ordinario, generalmente vemos a Jesús crecer en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. Vemos a ese Señor que va a su misión de proclamar el Reino de los Cielos, de pedir que todos lleguen a la conversión y sobre todo lo vemos actuante en su lucha contra el mal y la perversidad del enemigo.

Una de las grandes características que podemos encontrar en el Tiempo Ordinario, es ese deseo de Jesús de ir uniendo a los hombres con su Padre, pero Él sabe que la verdadera unión viene precisamente de realizar la voluntad del Padre y por eso, en cada momento de su vivir, Jesús va presentando a los hombres su gran secreto:

Yo he venido a cumplir la voluntad de mi Padre.

Así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante estas 33 semanas del Tiempo Ordinario.

El tiempo ordinario se trata de crecer. Crecer. Crecer. El que no crece se estanca, se enferma y muere. Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros sufrimientos, éxitos, fracasos.

¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes, crecer en santidad. Y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor! Eso es lo que domingo a domingo, a través de las lecturas y del Evangelio, Jesús nos va proclamando y nos va formando, si es que así lo recibimos.

El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”. El tiempo ordinario viene a tocar todos los momentos de nuestra vida.

Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una primera, desde después de la Epifanía y el bautismo del Señor hasta el comienzo de la Cuaresma; y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento.

Les invito a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, con esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de gracia y salvación. Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas.

Dios va a pasar por nuestro camino. Y durante este tiempo miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora a su Padre, y después durante el día, se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que le consuela y le llena de su infinito amor, de ese amor que al día siguiente nos comunicará a raudales.

Si no nos entusiasmamos con el Cristo apóstol, lleno de fuerza, de amor y vigor, ¿con quién nos entusiasmaremos?

Que el tiempo ordinario haga mella en nuestras vidas y que desde el principio de este tiempo escuchemos ese hermoso llamado del Señor que nos dice: conviértanse, porque el Reino de Dios ha llegado.

El Padre Julio Dominguez es director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.