En estos días me ha tocado vivir momentos bien difíciles en mi propia familia y también en nuestra hermosa familia diocesana.
Ya tenemos meses sufriendo las consecuencias de este virus que, como muchos dicen, llegó para no irse. Por supuesto que escuchando a los amigos y a mucha gente sufriendo, me llevaba a ponerme en oración y suplicar a nuestro buen Dios que nos ayudara a pasar este mal momento.
No fue hasta que la enfermedad llegó a las puertas de mi familia, llevándose a uno de mis tíos muy queridos y a uno de mis primos hermanos, y casi arrastrando a una de mis tías que sigue luchando aún por su vida, que me di cuenta de manera encarnada y real de lo que muchos de mis hermanos en Cristo están sufriendo.
No tiene mucho que una jovencita me habló a mi teléfono. Como la mayoría de nosotros, había pasado por ese momento de despreocupación, es decir, un virus que viene pero que pronto pasará. Sin embargo, cuando vio que su mamá enfermó entró en pánico y ahora está en crisis psicológica debido al encierro y la posibilidad real de ser infectada.
Otra realidad que me ha tocado vivir en estos días son las crisis financieras de mucha gente.
¿A qué quiero llegar con todo esto? A darnos cuenta que necesitamos seguir orando a Dios por todo esto que está pasando. Pero también a levantar nuestra mirada y darnos cuenta que eso podría pasar en nuestra propia persona o familia.
El espíritu de compasión debe ser alimentado. No porque estemos bien no está pasando nada en el mundo.
Queridos hermanos, este es un tiempo de volvernos ricos en misericordia. Misericordia quiere decir dar el corazón al miserable. Y sabemos que la miseria no es tan solo algo material, sino que viene vestida de muchas formas como la depresión moral y psicológica, el suicidio, los pleitos en casa, el trauma en los niños y muchas otras manifestaciones.
Lanzo una petición a todos los lectores a que nos pongamos alertas para poder ayudarnos unos a otros y no dejar nunca a nadie solo. Cerca de ti habrá siempre un hermano que necesite una llamada, una despensa, unas palabras de consuelo.
Les pido que recemos todos los días la Coronilla de la Misericordia, porque allí descubriremos que así como le pedimos a Dios misericordia, Él nos invita a ser misericordiosos con nuestro prójimo.
Dios les bendiga.
El Padre Julio DomÍnguez es el director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte. Siga sus videos en la página YouTube de la Diócesis de Charlotte.