Quiero dedicar estas líneas a un tema que me apasiona muchísimo y al que, por gracia de Dios, puedo estar al pendiente de lo que va pasando en mi diócesis.
Sabemos que la vocación es un llamado de Dios a cada uno de sus hijos para seguirle en una misión específica. De hecho, la palabra vocación viene del vocablo latino “vocare” que significa llamado; de aquí vemos que muchos son llamados al matrimonio, muchos a la vida religiosa, muchos a quedarse solteros en el servicio a Dios y otros muchos a la vida clerical.
Quiero meditar en la vocación clerical porque en nuestra diócesis está sucediendo un fenómeno que nos debe de alentar muchísimo y que debemos todos de participar. En los últimos años hemos estado viendo un incremento en las vocaciones y un acompañamiento muy cercano a los seminaristas de parte de sus formadores. Gracias a Dios tenemos un obispo que se preocupa por promover vocaciones en todos lados. Siempre recuerdo como en mi parroquia no perdía la oportunidad de preguntar a los jóvenes si alguno había sentido el llamado de Dios, o personalmente les ofrecía a algunos jóvenes un rosario para que discernieran su vocación.
Sabemos que actualmente hemos abierto el Seminario San José y tan solo en este año tenemos 10 nuevos candidatos en proceso de aceptación que harán su experiencia en la vida sacerdotal. Todo gracias a los esfuerzos de nuestro obispo como promotor, algunos sacerdotes bien comprometidos en la formación y muchísimos fieles laicos que oran y aportan para esta magna obra.
Todos estamos implicados en el trabajo de las vocaciones. En primer lugar, debemos pensar que todos vamos a necesitar sacerdotes de alguna u otra manera y aquí hasta mis mismos hermanos sacerdotes quedan implicados, pues ellos también requieren de la confesión y la extremaunción. La vocación va a ser considerada cuando haya conocimiento de lo que se trata, por lo tanto, todos los padres de familia quedan implicados también. Es bueno que desde la formacion en casa todos los niños sepan los caminos por los cuales les podría llamar el Señor.
Cada sacerdote de nuestra diócesis tiene el deber de estar atento a aquellos jovencitos que por tendencia natural y por unción del Espíritu Santo buscan las cosas de Dios y el servicio. A estos jóvenes hay que presentarles el ideal, el ideal de servir a Cristo y a las almas de una manera heroica. La presentación del ideal ayudará a nuestros jóvenes a discernir el llamado de Dios.
Tenemos promotores vocacionales y un consejo de vocaciones que estamos para ayudar en el discernimiento de la vocación. Es necesario que los promotores tengan conocimiento de estos jóvenes para que puedan realizar su trabajo.
En los grupos juveniles se tiene que hablar del tema de las vocaciones, pues es en estas edades juveniles donde Dios llama fuertemente a muchos jóvenes. Los encuentros con seminaristas, el curso Quo Vadis (¿a dónde vas? O ¿hacia dónde te diriges?) y encuentros vocacionales deben ser promovidos ampliamente en nuestras parroquias para que los jóvenes puedan recibir información de lo que es ser sacerdote.
La experiencia de visitar el seminario es de gran ayuda para los jóvenes, allí ellos se dan cuenta que la formación de un seminarista no está basada solamente en la oración, o solamente en los estudios, sino que es todo un programa integral de formación que abarca la vida de oración, la formación intelectual, la llamada constante a la misión o vida pastoral, la perfección de las virtudes humanas y cristianas, el deporte que es parte de la formación humana y una de las cosas que más me gustan a mí, la capacidad de encontrarse con un grupo de jóvenes como ellos que han decidido entrar en el gran ejército del Señor para luchar mano a mano con Él en la salvación de las almas.
No quiero dejar de mencionar la necesidad de que familias pongan en consideración delante de Dios el adoptar a un seminarista y ayudarle con sus oraciones constantes pidiendo sobre todo por su perseverancia y discernimiento, pues aún en el seminario ellos deberán estar discerniendo si es la voluntad de Dios que ellos lleguen a ser sacerdotes. Estas familias pueden ayudar también con los gastos de formación, pues muchos de los que son llamados en ocasiones no tienen los medios para poder pagar toda la formación que se requiere. En realidad, es la mejor inversión que podemos hacer como familia diocesana, pues pagamos una “carrera” que al final se convertirá en el bien de muchas almas.
Yo como sacerdote tengo dos amigos que son sacerdotes y que siempre me dan gracias por haberlos invitado, tengo un seminarista que ya pronto será diácono, al quien, por gracia de Dios, invité a considerar la vocación. Y uno que está a la espera de ser aceptado al Seminario San José, pero que ya lleva años siguiendo el camino de Dios; además de dos hermanas religiosas, una contemplativa y otra activa que seguramente pedirán por mí. Siento una profunda alegría espiritual al saber que fui el medio para que ellos pudieran llegar a considerar el llamado que Dios ya hacía en su corazón y espero que muchos nos comprometamos a pedir al dueño de la mies que envíe trabajadores a ella. Dios les bendiga.
El Padre Julio Dominguez es el director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.