En estos días he estado viendo mucha publicidad en los medios de comunicación de la euforia que hay por volver a la normalidad.
Antes que nada, yo aconsejo que no nos precipitemos y tomemos las cosas con calma. En la historia de la humanidad, la experiencia nos dice que siempre después de las grandes epidemias ha venido nuevamente una recaída por estas ganas de que ya todo vuelva a la normalidad, y se han agravado mucho más las cosas.
Ahora bien, reflexionando un poquito, ¿a qué normalidad nos referimos, si la normalidad era que todas las familias andaban cada quien por su lado sin acordarse de que era importante sentir el calor de hogar? Si la realidad era que desperdiciábamos en abundancia de cosas y de comidas, pues creíamos que la economía estaba viento en popa hacia arriba y nada la podía detener. Si la realidad era que el ser humano en su prepotencia y arrogancia se había olvidado de ese Dios tan bueno que sabe darnos cosas buenas cuando se lo pedimos, y sin embargo nos habíamos vueltos indiferentes a Él. Si nuestra realidad era que no valorábamos nuestros trabajos e íbamos renegando a ellos, sin darle gracias a Dios por tener de donde proveer para la familia. Si mi realidad era el que ni siquiera tenía la cortesía de llamarle a mis viejitos para saber cómo se encontraban y mandarles un dinero para que se mantuvieran. Si nuestra normalidad era que teníamos un montón de conocidos y amigos a nuestro alrededor y vivíamos bien indiferentes a ellos, sin siquiera notar que eran parte importante de nuestra vida. Si esa era nuestra “normalidad”, realmente no le veo mucho la gracia de volver a ella.
Pienso que nuestro regreso y ganas de volver tiene que ser a una nueva realidad, en la cual valore más a mis familiares y quiera tenerlos cerca. Valorar lo poquito o mucho que tengo como don de Dios. Acordarme que es Dios quien lleva control de todo y que solo a Él le debo el honor y la gloria. Tener en cuenta que nuestras personas mayores son un tesoro para nosotros, patrimonio de experiencia y bondad entre nosotros. Ser conscientes de que la comida puede escasear en cualquier momento y que no es bueno estar desperdiciando comida al por mayor. Y lo que es más hermoso, haber aprendido la lección que es maravilloso tener tanta gente a nuestro alrededor que puede darnos un abrazo, un beso fraternal que exprese su cariño hacia nosotros.
Esa mis queridos hermanos tiene que ser la nueva realidad que tenemos que ir buscando.
Dios les bendiga.
El Padre Julio Dominguez es el director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.