Hay una realidad muy hermosa y tan digna de pensarse continuamente entre los cristianos que a veces, por distracción o ignorancia, no lo hacemos.
Me refiero a la naturaleza de nuestra Santa Madre Iglesia, la que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
Meditando en estos días el capítulo de San Juan 17, me di cuenta de la petición que el Hijo hacía al Padre, pidiendo que nosotros los cristianos fuéramos uno siguiendo el modelo de la
Santísima Trinidad, que fuéramos al mismo tiempo santos imitando al Hijo, y que llegáramos a la verdad completa a través de la moción e inspiración del Espíritu Santo. El Hijo claramente pide al Padre que seamos testigos de esta Verdad hasta los confines del mundo.
La belleza de nuestra Iglesia viene precisamente de este deseo de Cristo que la fundó precisamente para que fuera Columna y Fundamento de la Verdad.
La hizo Santa precisamente al darle todos los medios ganados por los méritos de su Cruz y salvaguardados por el Espíritu Santo, que la llevaría de la mano hasta el final de los tiempos.
En el transcurso de mi sacerdocio, me he dado cuenta de que mucha gente no logra apreciar este fundamento divino de la Iglesia y, al verla como una pura institución humana, tratan de quererla transformar con los criterios de este mundo para hacerla, según ellos, más atractiva al hombre contemporáneo.
Pondré algunos ejemplos que se ven palpables y que no necesitamos investigar, tanto pues ha habido ya muchos intentos de transformación de la Iglesia:
El primero se encuentra en el orden litúrgico. Ante la creencia y gran tentación de que los ritos litúrgicos y la música sagrada dependen de lo que el mundo propone, se ha querido hacer de las misas un show más que un verdadero y santo Sacrificio. Se ha querido introducir la música pagana y mundana en nuestros templos sagrados, quitando la música sagrada en ellos. Hay una gran diferencia en la música sagrada y la pagana o mundana, pues una fue hecha precisamente para elevar el espíritu a Dios y la otra fue hecha para despertar en el cuerpo movimientos. Una es sagrada por naturaleza, es decir hecha precisamente para alabar a Dios y expresar los bellos sentimientos del alma a Dios; la otra fue hecha para divertir al hombre.
Me he encontrado mucha gente que me dice, padre pero ¿por qué en algunas parroquias se hace como un concierto o baile y la gente se siente atraída a eso? Precisamente porque estamos tan acostumbrados a que nos entretengan a nosotros, pero el fin primario de la liturgia es darle gloria a Dios Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo y no el entretener a la gente. Es una realidad que para que nuestro sacrificio sea válido tenemos que unirnos al Hijo y hacer las cosas como Él quiso que se hicieran.
Otra de las grandes tentaciones es la tendencia de quitarle lo sagrado al sacerdocio. Desde el momento que queremos que el sacerdote sea como otro hombre del mundo le quitamos inmediatamente la dignidad de su sacerdocio.
La palabra sacerdote, compuesta por tres palabras latinas sacer-do-te (Sagrado - dar - a ti) que traduciríamos como ‘el que te da lo sagrado’, viene precisamente de la consagración que recibió el día de su consagración. El sacerdote es elegido de entre los hombres y consagrado para servir a Dios totalmente y al prójimo por la acción de Dios, para ofrecer sacrificios espirituales y ser un alter Christus en medio de la asamblea cristiana.
En mi caminar como sacerdote me he encontrado con personas que me ponen ejemplos de sacerdotes que se embriagan y que dicen que ellos son sacerdotes dentro de la iglesia, pero fuera de ella son normales como cualquier otra persona. Y la gente siente que este sacerdote hace bien, cuando en realidad se está negando así mismo.
Otros ponen ejemplos de sacerdotes que dicen un montón de malas palabras o que se van a los bailes, o que utilizan pistolas, etc. El sacerdote es, por la naturaleza de su consagración, llamado a reproducir la imagen de Cristo en su persona y debería de presentar con su bondad, amabilidad, generosidad y buen ejemplo a Cristo ante todas las almas que piadosamente le buscan. El ejemplo pecaminoso de un sacerdote enviciado o indiferente no lleva a las almas a Dios, sino que las arrastra a vivir de acuerdo a los criterios de este mundo.
Otro medio en el cual se puede ver latente la tentación de la desacralización de la Iglesia está en las mismas estructuras materiales de los templos. Antes, entrar a la iglesia era un sentimiento de apertura a lo trascendente, era realmente entrar a la casa de Dios, era sencillamente una enseñanza plasmada en el altar, las paredes, los techos, encontrábamos las figuras de Dios, grandes murales de los Santos y de las almas del purgatorio. Las imágenes sagradas de los Santos nos llevaban a querer llegar a donde ellos estaban. En pocas palabras, las iglesias eran una Biblia abierta para las almas humildes y piadosas.
Bajo la influencia del modernismo y del protestantismo, muchas de nuestras iglesias actuales han quedado desposeídas de esta inspiración cristiana que se venía siguiendo por tradición desde las primeras comunidades cristianas, como lo muestran las catacumbas en Roma y en Tierra Santa. Nuestras iglesias han perdido ese ‘toque de misterio’ para convertirse en verdaderos teatros en donde se presentará un show. Incluso los mismos laicos, al no reconocer lo sagrado de un templo, han llegado hasta a utilizar el presbiterio, al que solamente los ministros ordenados deberían tener acceso.
Ojalá que a través de este artículo se pueda producir un reenfoque más profundo en la realidad de nuestra Iglesia y que respetemos y defendamos el principio fundacional que Cristo quiso dejarle desde el principio.
El padre Julio Dominguez es director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.