Una de las satisfacciones que proporciona trabajar en el Catholic News Herald es el poder conversar con mucha gente inspiradora, protagonista de la historia que se escribe en nuestra diócesis.
Hace poco, una reflexión del Padre Hugo Medellín, vicario de Nuestra Señora de Guadalupe, me hizo pensar sobre la oportunidad de entregar un regalo en el momento correcto.
¿Y cuál es el momento apropiado? Como lo señaló el Padre Medellín, cuando, a través del obsequio, se cubre una necesidad o real deseo de la persona que lo recibe.
En otra ocasión, dialogué con el Diácono Sigfrido Della Valle, quien a su regreso del Camino de Santiago me contó sobre su experiencia de descubrir lo poco que realmente necesitamos para ser felices.
El diácono recorrió cientos de millas llevando sólo una ligera mochila. No decenas de camisas ni muchos pantalones, no múltiples juegos de ropa interior ni pares de zapatos. Ese peso adicional le hubiera impedido concluir su peregrinación y llegar a su destino.
Y, a propósito de los regalos, recuerdo que de muchacho, para entrar a las fiestas de quinceañeras, era indispensable ir bien trajeado y con un regalo en la mano.
Mis amigos y yo, solíamos comprar un jabón carbólico que, dentro de una cajita y envuelto para regalo, lucía muy bien. Y si lo movías, sonaba. Buen indicio.
El jabón carbólico era una pastilla de jabón, la más barata, con un olor muy peculiar y que solía llamarse ‘jabón de perro’. Me puedo imaginar la desilusión de la quinceañera al abrir este regalo.
En el otro extremo, también he efectuado algunos regalos costosos. Creo que, como lo hizo notar el P. Hugo, a veces más para satisfacer una necesidad mía que la de la persona que lo recibía.
En todos los casos, siempre me he encontrado en apuros. ¿Qué le puedo comprar a mi esposa, a mis hijas, a mis padres? Y de su parte, ¿qué me pueden obsequiar?
¿Ropa?, ¿una bicicleta?, ¿un perfume?, ¿un juguete? ¿Algo inútil que no usaremos y resultará en más peso para la mochila que llevamos a cuestas?
Ciertamente, el verdadero regalo son ellos, ellas. Su presencia, su amor, su compañía. El mejor regalo ya lo recibí de mis padres y lo entregué siendo padre.
¿Qué mayor obsequio podemos recibir y entregar que la vida misma? No necesita envolturas ni adornos. Solo tiene un ingrediente infaltable para que sea insuperable: el amor.
Y, hablando de la vida espiritual, el regalo perfecto también ya se nos ha dado. Pero sucede, a veces, que no lo queremos aceptar. Lo miramos de lejos y nos parece poco. Lo comparamos con cosas materiales y dejamos de lado. Pensamos que no lo necesitamos, que quita mucho tiempo y no es para nosotros.
Confidencialmente puedo decirles que el regalo perfecto llegó a mí en un encuentro Emaús. Desde ese momento, aunque pase por altas y bajas, con dudas o sin ellas, no se desprende de mí. Ahí está, latente, dentro, esperando y entregando amor.
En esta Navidad tú también puedes recibir el regalo perfecto. Pregunta por él, búscalo. “Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”, (Mateo 7:8).
César Hurtado es especialista de comunicaciones hispanas en Catholic News Herald.