Vivir las fiestas del Señor no es simplemente celebrar por la fecha que corresponde en el calendario litúrgico de la iglesia o por el necesario cumplimiento de guardar las fiestas que ordena el mandamiento.
Vivir las Fiestas del Señor es actualizar el compromiso de fe con Él, en una vida de obediencia en la fe que nos lleva a una dimensión profunda del deber cristiano, a un estilo de vida que sea testimonio de un verdadero encuentro, compromiso y adhesión al Señor, manifestado de una manera visible en la celebración de la Eucaristía y los actos litúrgicos que conlleva la solemnidad.
Más allá de la expresión visible y sensible de la manifestación de fe, la celebración de la fiesta del Señor nos debe conmover a nivel espiritual, motivándonos a un serio proceso de conversión sin miramientos ni atenuantes propios de una vida sin interés por la entrega total al Señor.
Haber celebrado, por ejemplo, la Ascensión del Señor, tiene que haber sido motivo no sólo de alegría por la obra maravillosa que festejamos, sino de haberla sentido como una invitación que el Señor nos hace para que también nosotros ascendamos en la vida diaria, queriendo ir con Él a las alturas celestiales, fortalecidos en la fe, en las sanas costumbres, en la frecuencia sacramental, en la práctica de las buenas obras y, dentro de la iglesia, con profundo respeto y veneración.
Muy comúnmente nos entusiasmamos poniendo alrededor de la celebración muchos elementos, actividades y prácticas personales y comunitarias que, en vez de solemnizar en lo requerido en el plano de la fe, atentan desacralizando y haciendo ver la solemnidad como una simple fiesta de pueblo, de barrio o de un movimiento. Llenamos la celebración de actividades propias de una feria o festividad folclórica, quitándole casi la esencia de lo que conmemoramos como fiesta del Señor.
Se ve muy a menudo a la gente más preocupada de esto que de la celebración Eucarística, hasta el punto que muchos que dicen “participamos” permanecen fuera durante la ceremonia litúrgica montando tiendas, poniendo adornos y acarreando comidas y bebidas. No hablemos de la música y la instalación de los inmensos equipos con cantidad de cables y luces.
Celebremos las fiestas del Señor con la mayor dedicación y reverencia posibles, llenos de fe, de disponibilidad para vivir las maravillas del Señor y recibir las gracias y bendiciones que nos trae, que nos regala ese día, llenas de misericordia y salvación.
Las fiestas del Señor son únicas y mejores oportunidades para expresar nuestra admiración, respeto y agradecimiento a las manifestaciones de su amor, compasión y solidaridad para con nosotros.
Dediquemos el tiempo que sea necesario y difundamos a todos los hermanos que están alejados de las maravillas que contemplamos y vivimos en esas solemnidades.
El diácono Dario Garcia es coordinador del Ministerio Hispano en el Vicariato de Hickory.