Hace unos días, meditaba sobre la algarabía que produce, al llegar la Navidad, las emociones que se despiertan en niños y adultos.
Después de que pasa el Día de Acción de Gracias, empezamos a prepararnos para nuestra primera Semana de Adviento (El Adviento es un tiempo de reflexión y alegría para los cristianos, caracterizado por la preparación espiritual para la Segunda Venida de Cristo al final de los tiempos, y también para su Nacimiento como el Nino Jesús en Belén en la Navidad.)
El Adviento marca el comienzo del Año Litúrgico en la Iglesia, y se extiende por Cuatro Domingos de Adviento, generalmente ocurre en el último domingo de Noviembre, y termina el día 24 de Diciembre. Durante el Tiempo de Adviento, tenemos las celebraciones de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen Maria, las novenas a la Virgen de Guadalupe, y el 12 de Diciembre, celebramos la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Después celebramos Las Posadas, y concluimos con nuestra ansiada Navidad el 25 de Diciembre. Durante este tiempo, esperamos los regalos, la unión familiar, la fiesta. En conclusión, disfrutamos de un mes de mucho amor familiar.
Sin embargo, hace poco me preguntaba algo: ¿Por qué nosotros los seres humanos disfrutamos solo en Diciembre de las maravillas de Dios? ¿Es que Dios solo está con nosotros en la Navidad? Pienso que no. Dios debería vivir en cada uno de nosotros los 365 días del año. Recordemos que Dios en su amor infinito por el mundo, envió a su Único Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para morir en la Cruz por nuestros pecados.
Creo que el problema es que andamos tan agobiados con las cosas superficiales, que nos olvidamos de lo que puede llenar nuestra vida diaria realmente. Cosas que no tienen precio. Como el llamar al amigo o familiar para saber cómo se encuentra; o el pedir perdón; decirle al ser querido o al amigo, “me equivoqué, lo siento.” Decirle a nuestros hijos e hijas cuanto los amamos, y abrazarlos todos los días; visitar a los enfermos. Orar y dar gracias a Dios al ver la luz de un nuevo día, o antes de llevarnos el pan a la boca.
Si lo meditamos, nos podemos dar cuenta que esas acciones no tienen precio. Es solo cuestión de acción. Jamás pensemos que no lo podemos hacer. Recuerda el dicho: “No le digas a Dios cuán grande es tu problema. Dile a tu problema cuán grande es Dios.”
Debemos comprender que en la vida siempre habrá dificultades, pero con la ayuda, el amor, y la misericordia de Cristo, quien nos acompaña todos los días de nuestras vidas, deberíamos sentir que todos los días es Navidad. Aprendamos a abrir el corazón permitiendo que Dios viva en nuestra vida, y que Él renueve nuestro ser. Pero, sobre todo, que Dios tome el control de nuestro existir y siempre guie nuestros pasos.
Pero, los proyectos de Dios no son así. Él nos promete grandes cosas, siempre y cuando, nosotros colaboremos en nuestra salvación.
Comencemos cada día tornando nuestra mirada a nuestro Padre celestial. Fijemos nuestra mirada sobre el Padre y Creador del universo; acojamos sus dones de paz y sus beneficios magníficos e incomparables. Contemplemos con el pensamiento, y consideremos con los ojos del alma la gran paciencia de sus designios; reflexionemos cómo actúa pacíficamente con su creación. Porque derrama sus beneficios sobre toda la creación, pero a nosotros nos los prodiga sobreabundantemente cuando recurrimos a su misericordia.
Que Dios los bendiga.
Henry Choque es miembro de la Iglesia de St. John Neumann en Charlotte. Choque es el coordinador del Ministerio Hispano de esa parroquia.