Hay momentos en los que podemos mirar al cielo y preguntarnos: “¿Por qué deberíamos estar agradecidos?” Con el tumultuoso mundo lleno de pobreza, hambre, guerras y rumores de guerra, es muy sencillo seguir la tendencia de la cultura popular y caer en la desesperación. Sin embargo, hoy, todos los días, debemos recordar dar gracias, incluso si las cosas nos parecen un tanto sombrías.
Como católicos, estamos llamados a ser un pueblo de Pascua, un pueblo de regocijo y alabanza al Señor. Si bien el día a día de la vida puede parecer abrumador, es necesario recordar hacer una pausa y poner las cosas en perspectiva. Tomemos a Job, por ejemplo, frente a sus momentos más oscuros, cuando la desesperación parecía el único camino, Job continuamente encontró esperanza en el Señor. “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré. El Señor me lo dio y el Señor me lo ha quitado; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21).
Cuando las cosas van bien en la vida y el camino ante nosotros es suave, es fácil estar agradecido y la gratitud llega casi sin esfuerzo. Pero estar agradecido por toda la vida, momentos buenos y malos, momentos de alegría junto con momentos de tristeza, requiere un gran temple espiritual y mucha oración. En las
Escrituras, hay innumerables momentos en los que, a partir del dolor, Dios crea algo bueno, aunque no podemos verlo al principio. Como escribió el profeta Isaías:
“Mis pensamientos no son los tuyos, ni tus caminos son los míos, dice el Señor” (Isaías 55:8), debemos arraigar nuestra fe sólo en Dios.
El feriado de Acción de Gracias es único. Encajado entre Halloween y Navidad, dos épocas del año en las que salir y comprar cosas es la práctica común, el Día de Acción de Gracias es un momento en el que debemos comenzar una disposición más contemplativa, preparando nuestros corazones y mentes para el Adviento y la venida de nuestro Salvador. No debe ser un tiempo para salir y comprar más cosas, sino que debe ser un momento cálido y tranquilo para mirar las bendiciones que Dios nos ha dado.
Con el ruido de nuestro mundo moderno, haciendo un estruendo constante a nuestro alrededor, es difícil ser contemplativo y ver las innumerables bendiciones en nuestra vida. Algunos días puede parecer más fácil dormir y soñar, que enfrentar las luchas de la vida. Es más fácil enterrarnos en pantallas y olvidarnos de la oración. Pero si nos detenemos por un momento y nos alejamos de toda esta locura, podríamos ver fácilmente cuán hermosas son nuestras vidas y cuánto más podemos crecer.
A veces puede convertirse en algo cercano al orgullo, cuando nos quedamos allí y cuestionamos por qué debemos sufrir y por qué nuestras vidas son tan malas. Pero la realidad es que el sufrimiento es parte de la vida, compartido por todos, y solo cuando podemos encontrar humildad podemos comenzar a vivir realmente. Como escribió una vez San Pablo de la Cruz: “De la humildad de corazón procede la serenidad de la mente, la mansedumbre de conducta, la paz interior y todo lo bueno”.
En estas fiestas, tratemos de encontrar esa humildad de corazón, esa quietud y paz en el silencio y la oración. No tengamos miedo de los ruidos del mundo, sino que recordemos hacer una pausa y dar gracias al Señor por todo lo que nos ha dado. La familia y los amigos, la comida y el trabajo, la ropa y el refugio, nuestro propio aliento, todo ha venido de Dios. Y si vemos todo lo que tenemos, podríamos recordar a aquellos que nada tienen. Cuando nos damos cuenta de que toda gracia y amor vienen del Señor, podemos llenar nuestros corazones con Su fuerza y salir en ayuda de aquellos que son demasiado débiles.
— Spencer K.M. Brown
Efesios 5:19-20
“Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón.
Siempre y por cualquier motivo den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”.
— Ofrecida por el Obispo Peter J. Jugis