El asesinato de George Floyd fue sin sentido y brutal, un pecado que clama al cielo por justicia. ¿Cómo es posible que en los Estados Unidos de América se le quite la vida a un hombre afroamericano mientras no se responda a las llamadas de ayuda y que su asesinato sea grabado mientras ocurre?
Estoy orando por George Floyd y por sus seres queridos, y en nombre de mis hermanos obispos, comparto la indignación de la comunidad afroamericana y de quienes están con ellos en Minneapolis, Los Ángeles y en todo el país. La crueldad y la violencia que él sufrió no refleja a la mayoría de los buenos hombres y mujeres que forman parte de los cuerpos policiales, quienes desarrollan sus deberes con honor. Lo sabemos. Y confiamos en que las autoridades civiles van a investigar este asesinato con mucho cuidado y van a asegurarse de que quienes cometieron el delito sean responsables.
Todos debemos entender que las protestas que estamos viendo en nuestras ciudades reflejan una frustración y enojo justificados de millones de nuestros hermanos y hermanas, quienes aún hoy experimentan humillación y desigualdad solo por su raza y por su color de piel. Esto no debe ocurrir en Estados Unidos. El racismo ha sido tolerado ya por mucho tiempo como parte de nuestra forma de vida.
Es cierto lo que dijo el Rev. Martin Luther King, Jr., que las protestas son el lenguaje de los que no son escuchados. Debemos estar escuchando con atención ahora mismo. En este momento, no debemos dejar de escuchar lo que las personas están diciendo a través de su dolor. Necesitamos, de una vez por todas, desenraizar la injusticia racial que todavía infecta a muchas áreas de la sociedad estadounidense.
Pero la violencia de las noches recientes es autodestructiva y contraproducente. Nada se gana con violencia y mucho se pierde. Mantengamos nuestros ojos puestos en el precio de la verdad y del cambio duradero. Las protestas legítimas no deben ser explotadas por personas con distintos valores y agendas. Quemar y saquear las comunidades, destrozar el sustento diario de nuestro prójimo no nos permite avanzar en la causa de la igualdad racial y de la dignidad humana.
No debemos dejar que se diga que George Floyd murió en vano. Debemos honrar el sacrificio de su vida con la eliminación del racismo y del odio de nuestros corazones y renovando nuestro compromiso de cumplir la promesa sagrada de nuestra nación, de ser una amada comunidad de vida, libertad e igualdad para todos.