Primera Palabra: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”
Una vez que Jesús fue llevado al Calvario, fue despojado de sus vestiduras. Se le clavó dolorosamente a la cruz y se le alzó en medio de dos ladrones.
Fue en ese momento, al comenzar el tiempo culminante de su pasión, que pronunció unas palabras de perdón para sus verdugos. La primera de las siete frases dichas por Jesús desde la cruz tenía que ver con su profunda preocupación por el estado de la humanidad; y por ello exclamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Sólo San Lucas ha dejado constancia de estas palabras en las Escrituras. (Lc. 23, 34). ¿Qué significan en sí mismas? ¿Qué significan para nosotros? ¿A qué se refería Jesús con estas palabras que pronunció en la cruz?
Cristo no piensa en su dolor en esta exclamación, piensa en el perdón; pide la paciencia divina, clama por la misericordia. Ama con plena lucidez perdonando al que ofende. Jesús está dispuesto a cumplir toda justicia y pagará por los que no pueden pagar.
Parece que, con ellas, perdona sólo a los que ignoran las causas de sus actos o no son responsables de ellos. Con esta frase pronunciada con una caridad heroica, Jesús nos enseña a todos a perdonar.
A partir de tal demostración de amor hacia sus enemigos, es decir, todos nosotros que éramos enemigos de Dios, pidiendo por el perdón de aquellos que lo despreciaron, Jesús estaba sentando un precedente que debía ser obedecido por todo aquel que quisiera ser su discípulo. Es por esto por lo que el precio del discipulado tiene que ver con negarnos a nosotros mismos y es por esto por lo que Jesús nos llamó a amar a nuestros enemigos.
Él no nos estaba dando ninguna instrucción de algo que él mismo no hubiera cumplido. Siendo así, la oración que Jesús hace por todos aquellos que lo rechazaron es digna de imitar por todos los que estamos unidos a él, cuando nos toque pasar por momentos de sufrimiento, persecución y de zozobra como los que vivimos actualmente.
A partir de la muerte de nuestro Señor, hay esperanza para todo el que ponga su fe en Él. Jesús no oró específicamente por quienes lo estaban crucificando, sino que lo hizo por todos aquellos que habrían de creer en Él para la salvación. A todos ellos el Padre los perdonó, concediéndole la petición al Hijo, incluso cuando ninguno de nosotros sabíamos lo que estábamos haciendo al rechazar a Dios y despreciar una salvación tan grande y sublime.
Jesús pide al Padre que perdone a los hombres. El perdón es una forma de amor no exigible en justicia, que exige reparación y castigo. Jesús es el Hijo, el Hijo del hombre que clama perdón porque perdona. Y pide al Padre su amor superior. Ante los ojos de Jesús desfilan todos los pecados de los hombres: asesinatos, violaciones, robos, infidelidades, falsedades, blasfemias que son ofensas al mismo Dios, además de ofensas al hombre. Cada pecado es golpear al mismo Dios, matarlo si fuese posible, ofender su amor. Cristo está perdonando cuando le clavan al madero y su pensamiento es pedir que el Padre también perdone.
¡Hoy, sin falta, perdonémonos unos a otros, sin excepción! Regresemos del Calvario con el corazón limpio, ligero, purificado y abierto; porque la Palabra de Jesús nos ha hecho caer en cuenta de que nosotros muchas veces tampoco sabemos lo que hacemos.
Que lo que hagamos cada día de nuestro diario vivir, sea agradable a Dios y que exalte por todo lo alto el sacrificio hermoso que Jesús hizo por ti y por mí en la cruz.
— DIÁCONO GUILLERMO ARZOLA, Nuestra Señora de Lourdes
Segunda Palabra: “Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”
En verdad, ¡qué Cuaresma hemos vivido! Y hay que agradecerle a Dios por eso.
Estamos delante la Cruz, Jesús está muriendo, está dando sus Últimas Palabras y quiere nuestra atención. Con imaginación, coloquémonos a cierta distancia del Calvario.
Sobre un firmamento gris se divisan tres cruces de las que cuelgan tres ajusticiados. Jesús está en el centro. Hacia Él miran los otros dos. Lucas, el evangelista de la misericordia, ha situado la escena en el momento cumbre de la Historia de la Salvación.
Jesús, como revelador del Padre, antes de morir, nos va a manifestar el núcleo de su misión y del mensaje que el Padre le había encomendado: la Buena Nueva de la Gracia, la salvación del género humano.
La sangre de los tres formaba un mismo charco. Pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la misma, cada uno moría por una causa distinta. En estas dos figuras nos encontramos con el misterio insondable del corazón del hombre: luz y tinieblas, fe e incredulidad, libertad para decidir entre lo uno y lo otro.
Estoy plenamente convencido que Dios hace cita con nosotros para salvarnos, y es probable que las personas no sepan que esa cita ha sido hecha.
Tenemos el caso de la mujer samaritana, Jesús hizo una cita con ella junto al pozo de Jacob. Allí se encontraron, no por casualidad, sino como parte del plan divino. Jesús llegó hasta allí porque era necesario que pasara por Samaria.
Igualmente en la historia de Zaqueo, el publicano que quería ver a Jesús y se subió a un árbol para verle pasar. El Maestro lo llamó por su nombre y le dijo “es necesario que yo more hoy en tu casa”. Jesús tenía una cita con Zaqueo en aquel día pero él no lo sabía.
Lo mismo ocurrió con Saulo de Tarso. Dios tuvo una cita con él camino a Damasco. Pablo no sabía que aquél día el Señor se le aparecería en el camino pero así fue.
Estas citas con Jesucristo cambiaron el destino de todas esas personas. Cada uno de nosotros, los creyentes, estamos con Cristo porque, aún sin saberlo, Jesús hizo una cita con nosotros para salvarnos.
En esta historia vemos también como un malhechor tenía una cita con Jesús en el Monte Calvario, y él no lo sabía. Las palabras del Señor resuenan aún entre nosotros: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Hermanos, tenemos dos caminos a seguir en nuestra cita con Jesús. ¿Cuál quieres seguir tú?, ¿la fe o la incredulidad? ¿la luz o las tinieblas?
Ya que Jesús murió para salvarnos, en estos días tan difíciles hay esperanza, una esperanza que no defrauda, una esperanza en el paraíso, una esperanza plena llena de gozo en Dios.
El Paraíso se vive aquí en la tierra, agarrados de la mano de Jesús. La promesa es para hoy: tú estarás conmigo en el Paraíso de la vida.
Así como la samaritana encontró el paraíso del agua viva que mana del Señor, o Zaqueo que encontró el paraíso de la transformación de su corazón y devolvió más de lo robado, o Saulo encontró el paraíso en el camino a Damasco, así también nosotros podemos encontrar el paraíso en esta crisis que vivimos.
Es la libertad de nuestro corazón, donde no hay miedo ni sobresaltos ni angustias, sólo confianza en Jesús que sale en busca de nosotros, muere en una cruz y quiere tener una cita contigo, un encuentro muy personal.
Déjate encontrar por Dios, por Jesús resucitado.
—DIÁCONO ENEDINO AQUINO, Vicariato de Greensboro
Tercera Palabra: “Madre, ahí tienes a tu hijo... Hijo, ahí tienes a tu madre”
Esta Palabra está dirigida a la Madre de Jesús y el discípulo amado.
La palabra de Jesús a ellos dos, la dirige a nuestro miedo a estar solos. Razón importante a la realidad que estamos viviendo en estos momentos en el mundo.
Muchas personas sienten miedo, sienten soledad, aislamiento. Necesitan que alguien esté cerca, siempre están hablando por teléfono o enviando mensajes. Tratamos de evadir la realidad y, sin embargo, esto no diluye el miedo o la soledad.
El huir no tranquiliza el miedo, sino que lo hace más profundo. Y entonces les asalta el sentimiento de soledad. ¿Cómo puede esta sencilla palabra de Jesús curar nuestro miedo, temor, falta de fe y esperanza?
Jesús ante estas incertidumbres, inseguridades por las que estamos pasando los seres humanos, nos entrega a María como nuestra Madre.
Es la figura de una presencia esencial como Dios se manifiesta a la realidad humana a través de María. En la cruz se unen los opuestos: Dios y el ser humano, hombre y mujer, judíos y paganos. Se hacen uno, no sólo exteriormente, sino también interiormente. Lo masculino y lo femenino, lo judío y lo pagano, lo piadoso y lo mundano, lo divino y lo humano se hacen uno en mi corazón. Y este hacerse uno consigo mismo es la condición necesaria para vencer el miedo, la desolación y desconfianza.
Por eso el mensaje de esta Palabra, a través del gran regalo de Jesús al darnos a su propia Madre, nos da fe, esperanza y seguridad en estos momentos tan difíciles para la humanidad. En medio de la tormenta, a través de María, descubrimos la grandeza a la cual pertenecemos: Ser Hijos de Dios e Hijos de María.
Esto nos hace reaccionar para proclamar al mundo entero que no son las seguridades materiales las que nos traen realizaciones humanas como son la felicidad, la libertad, el optimismo, la autosuficiencia, etc. sino la sensibilidad espiritual de una Madre que nos acerca, que nos une, que nos anima y nos hace sentir que todos somos bienvenidos a la familia de los Hijos de Dios.
En el corazón de María, nuestra madre, encontramos consuelo, fe, esperanza, amor.
Gracias a María Santísima estamos unidos en esta Semana Santa, confiados, protegidos y seguros que ella siempre va a estar con sus hijos. El misterio de Dios se hace presente en cada momento, en cada instante de la vida, donde nos damos cuenta que no hay más seguridad para los seres humanos que es estar unidos en el Señor.
El sufrimiento por la soledad a veces es indicio de la falta de relaciones. No estamos en relación con nosotros mismos, ni con Dios, ni con los demás, y por eso nos sentimos solos. La soledad deja de ser dolorosa cuando estamos en relación, aunque estemos solos, en relación con nosotros mismos, con las personas que llevamos en el corazón, con la creación y con Dios.
María Santísima Nuestra Madre, en estos días de temor y miedo, se une a nosotros para decirnos: “Acaso no soy tu Madre”, ven conmigo y caminemos juntos y “hagan lo que mi Hijo les diga”.
Todo lo que el mundo pregona no tiene sentido porque el que hace su vida sin hacer la voluntad de Dios se vuelve oscuridad, temor y miedo y no hay poder que lo salve. Pero todos los que se ponen en el camino de la vida que es Jesús, llevarán consigo el anuncio de la salvación, por que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros.
— PADRE JOSÉ A. JUYA, Vicariato de Gastonia
Cuarta Palabra: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”
“¡Elí, Elí! ¿lama sabactani?” (Mateo, 27: 46). “Deus meus Deus meus ut quid dereliquisti me” (Marcos, 15: 34).
El momento más triste y desolador de la agonía de Cristo en el Gólgota fue el abandono. Esta palabra es una oración en el sufrimiento y en la soledad. Antes de morir se volvió a Dios como una plegaria llena de misterio.
El que sufre puede convertir el sufrimiento en poderosa oración por las necesidades del mundo. Jesús es Dios y hombre, y en el madero de la cruz revela su humanidad. Era el hombre de dolores, sufría como sufrimos los humanos.
El eco de su dolor llegó a todos, pero no impresionó a sus enemigos. Más bien gritaban con audacia sacrílega: “Caiga sus sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Pudo más el odio y la rabia desbordada que la queja divina, los intereses religiosos pervertidos que el llamado a la consolación y la misericordia.
Sabemos que las palabras de Jesús desde la cruz no son un discurso, una arenga política, una simple denuncia de un abuso sobre un inocente. No, son una oración, una oración cargada de compasión y misericordia, una oración con un profundo contenido humano y espiritual, una llamada a la búsqueda del bien y al combate decidido contra el mal. Jesús ora desde la cruz por todos, ora al Padre por nuestra salvación.
“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” es el clamor de tantos hombres y mujeres en el mundo víctimas de la persecución, el hambre, el abuso, el desamparo. El clamor del hombre ante el abandono de los gobernantes injustos que no respetan sus derechos, de los patrones que no pagan justo salario, de las instituciones que pisotean los derechos humanos. Más que un grito de dolor es un llamado a la esperanza.
No es el desespero de Jesús, no es ‘la noche oscura’ de Jesús. Es un llamado sentido a fortalecer la esperanza, la esperanza en aquel que es la misericordia infinita, al que tiene el poder para deshacer el sufrimiento y convertirlo en alegría y paz.
Jesús, al sentirse abandonado, nos quiere enseñar que en este mundo está a la puerta de la vida. El sufrimiento que nosotros vemos como desgracia, pero que Él nos enseña a verlo como el camino para encontrar el gran alivio. La dicha de sentirse renacido, revitalizado, la dicha de la novedad, del gran levantamiento en Jesús resucitado.
Dios mío, Dios mío, no nos abandones en nuestro camino por este mundo lleno de peligros, de atentados contra la vida, pero especialmente contra nuestra vida espiritual, apartándonos de Ti, único bien; llevándonos por las liviandades y gozos contaminantes del pecado.
En esta palabra de tu Hijo queremos descubrir tu divina presencia compasiva y misericordiosa para sentirnos acogidos, protegidos y llenos de gozo en el camino de conversión, de vuelta decidida a tu amor. Amén.
— DIÁCONO DARÍO GARCÍA, Vicariato de Hickory
Quinta Palabra: “Tengo sed”
“Me gustaría presentarte a Caleb”, me dijo la hermana Mary Angelus.
Ella me llevó arriba, a las viviendas de los hombres, siguiendo el pasillo hasta el fondo. Allí estaba él, acostado tranquilamente. La casa ‘Gift of peace’ era el hogar que mi obispo ayudó a la
Madre Teresa a abrir para atender a pacientes con VIH/SIDA.
Como seminarista de primer año en Washington, DC, cada uno de nosotros tenía que hacer un “apostolado” o “ministerio” fuera del seminario. Creo que esto se hacía principalmente para mantenernos en contacto con el mundo real y para recordarnos por qué dedicamos nuestras vidas a la formación, oración y estudio.
El Obispo Curlin nos había dicho que esta casa había causado mucha controversia cuando se abrió. Para el año 2000 ya había mucha mayor información sobre el VIH/SIDA, pero también existía y sigue existiendo mucho miedo.
La hermana me dio la tarea de bañar a Caleb. Tenía un balde, una toalla y jabón y me puse a trabajar. Para la semana siguiente, Caleb se había deteriorado drásticamente. Era obvio que estaba sufriendo. Medía aproximadamente seis pies y tres pulgadas y obviamente había sido un hombre atlético alguna vez.
En verdad batallé para moverlo a la cama y limpiar su piel, que literalmente parecía esfumarse cuando le lavaba el cuerpo.
Regresé a la universidad la semana siguiente y me sentía derrotado y abrumado. Estaba en un programa académico donde todos eran más inteligentes y disciplinados que yo, así que tuve que trabajar muy duro. Decidí que servir todos los viernes por la noche en la casa ‘Gift of Peace’ era demasiado para mí (el servicio también incluía despertarme en medio de la noche para dar medicinas a los enfermos). Pensé que estando en el tercer año de universidad, tomando 20 créditos por semestre, necesitaba enfocarme en mis estudios y cambiar mi ministerio externo a algo más sencillo.
La capilla tenía un hermoso crucifijo y al lado estaba escrito el mensaje de Jesús “Tengo sed”. Rezaría allí y luego iría a trabajar sirviendo comidas, medicinas y limpiando.
Cuando llegó la hermana Mary Angelus, le dije que ya no podría ayudarla porque estar sirviendo allí era demasiado para mí como para cumplir con mis otras obligaciones. Le dije que no estaba listo para hacer esto, que era demasiado para mí cuidar de Caleb y los otros enfermos. Ella sonrió y me dijo que sí estaba listo porque el Señor me había colocado allí. Caleb había muerto el sábado anterior. Bien podría haber sido yo la última persona que vio antes de morir.
En esa capilla, comencé a darme cuenta de que Jesús tenía sed de mí. Jesús tiene sed de cada uno de nosotros. Jesús tuvo sed de que Caleb volviera a casa para recibir su eterna recompensa.
Mientras celebramos la Semana Santa, reflexionemos sobre cómo Jesús modeló esta realidad en su vida. ¿Solo dijo “Tengo sed” poco antes de morir o la vivió?
Vivirla es actuar con caridad en cada paso del viaje. Jesús modela una vida de oración y servicio. Ahora más que nunca, necesitamos un corazón de siervo para reflejar el amor del Señor a todos aquellos con los que nos encontramos.
Que la sed de Jesús se ponga en acción a través de nuestra oración y actos de servicio.
Amén.
— PADRE PAT CAHILL, San Eugenio, Asheville
Sexta Palabra: “Todo está cumplido”.
Son las últimas palabras de Jesús en la cruz en el Evangelio de San Juan. Con esta declaración, Jesús afirma que su propósito en nuestra historia ha llegado a su momento cumbre: Jesús nos ha enseñado el amor.
En otro momento, Jesús le dijo a sus discípulos: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado. En verdad les digo: no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 12-13).
Jesús nos deja claro su mandamiento. En él se resume el mensaje del Evangelio de San Juan. Pero este mensaje sería obsoleto si solamente fuera algo que alguien dijo. Jesús quiere dejarnos claro la importancia de ese mandamiento. Quiere que lo recordemos muy bien, que lo llevemos a nuestro corazón y lo dejemos cambiarnos por dentro. Pues el mismo Jesús que nos da este mandamiento está dispuesto a entregar su vida en la cruz para que nos quede bien claro que el verdadero y más grande sentido en esta vida es el salir de nuestro egoísmo y darnos a los demás.
En la situación en que nos encontramos, ¿qué nos dice este mandamiento de amarnos los unos a los otros como Jesús nos ha amado? La pandemia ha puesto todo el mundo de rodillas. Solamente nos ponemos de rodillas cuando estamos humillados, cuando nos sentimos pequeños delante de la grandeza de Dios o cuando un enemigo sin piedad nos humilla y se ensaña con nosotros.
Eso es lo que ha hecho la pandemia a todos los pueblos del mundo: hemos sido humillados. Hemos sido puestos de rodillas, hemos sido recluidos en nuestras casas. No podemos visitar a nuestros amigos, no podemos ir a la iglesia. El dar un abrazo podría poner a alguien un grave peligro. Nuestra vida ha dado un giro total. La vida que conocíamos no será la misma al salir de este encierro.
En medio del encierro y viendo hacia nuestro futuro, ¿qué nos dice este mandamiento?. ¿En verdad podemos amarnos los unos a los otros como Jesús nos ama?, ¿en verdad somos capaces de aceptar que nuestra zona de comodidad ya no existe?
Ahora tenemos que pasar mucho más tiempo con nuestras familias, con los hijos, el esposo o la esposa. En medio de todo esto, ¿cómo podemos ser testimonio de este mandamiento que Jesús nos ha dejado?
Desafortunadamente, el número de llamadas por violencia doméstica aumentó mucho por el mes de marzo en comparación con marzo de 2019 en el condado Mecklenburg. Tal parece que la paz era ausencia de guerra, y ahora que las parejas tienen mucho más tiempo juntas pelean más.
Este no puede ser el mensaje de Cristo. El mensaje de Cristo es de entrega al otro. ¿En verdad estamos usando este tiempo de confinamiento en nuestros hogares para crecer en la caridad fraterna?, ¿en verdad estamos atentos a procurar el bienestar de los demás? ¿Decimos “por favor”, “gracias”, “perdóname”? ¿En verdad vemos este momento como uno muy difícil, tal vez el más grande en nuestra vida y sociedad, en donde la única manera que podemos salir adelante es solidarizándonos con el sufrimiento de los demás?
Por otro lado, hay feligreses que están aprovechando este tiempo al máximo para crecer en la amistad mutua, en la entrega de los unos a los otros. También muchos que, al no poder hacer más por las víctimas de la pandemia, elevan a Dios sus oraciones llenas de compasión e impotencia y, como último recurso, entregando a Dios todo lo que somos, pidiendo en nuestra humillación que nos muestre su camino.
Creo que a esto se refiere Jesús al decir: “Todo está cumplido”. Este es un mensaje que debe estar vivo en el pueblo cristiano pues contiene la sabiduría necesaria para sobrellevar esta crisis por dura y penosa que es y que puede llegar a ser. Jesús nos enseña el camino del amor.
— PADRE HUGO MEDELLÍN, Nuestra Señora de Guadalupe
Séptima Palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
No cabe duda que esta frase resume una de las más bellas y profundas peticiones del Señor, en la cual se deja sentir la angustia del ser humano y el sometimiento de la voluntad de un hijo que ha querido complacer a su Padre.
Ante la angustia de la muerte, ante la sospecha de lo que podrá pasar, ante el temor de lo desconocido de frente a las realidades eternas, el ser humano se vuelve al Padre para pedirle que ilumine su mente y su corazón para poder discernir lo que es bueno, lo que agrada, lo perfecto.
Dios que quiere que todos los hombres se salven. Inmediatamente manda su luz y esta es precisamente la labor del Espíritu Santo, para que el ser humano pueda realizar la voluntad de Dios.
Sin embargo, esta puede ser también la más grande de las tragedias o éxito espiritual para el hombre, pues en su libertad tiene que elegir el bien, pongámoslo más elevado todavía, el Sumo Bien expresado en la voluntad del Padre.
Si el hombre elige realizar lo que Dios le está diciendo, el hombre tendrá una vida en plenitud y aún, en medio del sufrimiento y situaciones de la vida, encontrará sentido a su vida y podrá exclamar al final como nuestro Señor Jesucristo: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Si por desgracia, el hombre decidió no seguir la voluntad de Dios durante toda su vida, su misma ceguera espiritual hará que haya mucho temor hacia su Creador e irá a esconderse, como sucedió con Adán en el paraíso, y perdiendo toda esperanza, perderá en sí el sentido de su vida.
En estos días de tanta angustia y miedo ante los males que nos aquejan, es bueno preguntarnos y reflexionar si estamos haciendo la voluntad del Padre. Es bueno y muy aconsejable pedirle al Señor que envíe su Santo Espíritu sobre nosotros para tomar decisiones correctas y someternos totalmente y sin confusiones a la voluntad de Dios, que ha querido salvarnos y dar su vida en rescate por todos nosotros.
Que la Palabra de Cristo nos impulse a centrar nuestra vida a la voluntad del Padre.
— PADRE JULIO DOMÍNGUEZ, director del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte