CHARLOTTE — La Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe en Charlotte no es solo la parroquia con el mayor número de fieles de origen hispano, ni la iglesia con más programas y servicios para los latinos católicos que cualquier otra, o la iglesia con el mayor número de Misas en español que se celebran semanalmente. Desde sus inicios la parroquia se ha destacado como un semillero que ya ha entregado seis hombres de la comunidad latina que han sido ordenados para servir al pueblo de Dios.
Según el párroco, Padre Vicente Finnerty, la generación de vocaciones se debe a que “desde el principio nos hemos centrado no tanto en la vocación sacerdotal sino en la vocación laical”, al promover “la participación de los laicos en un proceso de conversión” con la visión “de comprometerse concretamente con su comunidad y su realidad”.
P. Vicente señala que la comunidad latina, “que tiene su cultura, su modo de pensar, su manera de vivir, de celebrar la vida y sus valores muy fuertes de familia de comunidad”, vive contínuamente “bajo el radar” y, de una u otra manera, sufre discriminación.
“Entonces lo que hemos tratado de hacer es crear un ambiente de mucha unión, de familia, de que la gente se sienta en casa. Y de hecho muchos nos dicen que esta es su segunda casa”, asegura.
El párroco reconoce que la parroquia trata de atender a todas las personas -sin importar de dónde o por qué vienen- “en determinado momento no podemos responder a todo, pero la gente sabe que si tiene alguna necesidad viene a La Lupita”.
Es en la reputación de estar siempre disponible, de acoger a amorosamente a la gente, en la que el P. Vicente cree que las personas empiezan a sentir internamente “que quieren dar más que la vocación laical” y “les nace el deseo de misión, de que quieren entregarse de una manera más plena, más clara, a su propio pueblo”.
El P. Vicente explica que una de las características de la comunidad latina es la fe y respeto hacia sus sacerdotes. “Entonces uno puede aprovechar esto para vivir de ellos (del pueblo) o uno puede realmente vivir más humildemente a la orden (servicio) de ellos. Y ahí es donde la gente crece y ve un modelo de cura que es distinto”, muy diferente a la idea que traemos de nuestros propios países, donde el “cura anda enojado todo el tiempo, manda, tiene cierto poder sobre el pueblo” pero, al mismo tiempo, no tiene esa cercanía emocional con sus feligreses.
La parroquia anteriormente tuvo una casa de discernimiento en el campus de la iglesia. El Padre le da el crédito a esa iniciativa por el enfoque en el discernimiento vocacional. Ahí podía aconsejar a jóvenes curiosos sobre el sacerdocio proveyendo un espacio para el estudio, aprendizaje de Inglés y crecimiento en su fe.
“Los enviábamos al CPCC (Colegio Comunitario local) y, al mismo tiempo, estaba ese acompañamiento a nivel espiritual para que encontraran si su camino era el matrimonio o el sacerdocio”, dice P. Vicente, añadiendo que el siguiente paso, si se inclinaban por la vocación sacerdotal, era enviarlos a Nueva York, donde la orden cuenta con un seminario y la Universidad St. John.
El crecimiento en la fe y el considerar la vocación religiosa significa luchar con las dudas, anotó el Padre Finnerty.
“Todo mundo duda de su fe, eso es positivo porque nos permite hacer preguntas de nuestro compromiso. Lo veo como normal, como un proceso de crecimiento humano. Me preocupa más un muchacho que no duda”, señala.
El P. Vicente se enfoca en dar la bienvenida a otros, así como él mismo fue acogido por la congregación Vicentina.
Nacido en una familia de pocos recursos, era el séptimo de ocho hermanos y obtuvo una beca para estudiar en la Universidad de Niágara en Nueva York.
Con un trabajo de sacristán para ayudarse en los estudios, recibió una invitación que primero rechazó pensando que no era para él. Algunos meses después el pensamiento daba vueltas en su cabeza y corazón, por lo que volvió a hablar con el sacerdote y le dijo “aquí estoy”.
Su servicio en Panamá, donde pudo ver de cerca la pobreza de la gente y el compromiso de los sacerdotes marcó la vida del joven.
“Para nosotros, los Vicentinos, evangelizar es también responder a todas las necesidades sociales. No es solamente celebrar misa o los sacramentos o evangelizar en esa forma. Se evangeliza a través del ejemplo, de la caridad para con el prójimo”. Todo ese ejemplo, asegura, “ayuda a la gente a inclinarse hacia el sacerdocio” porque ve a un cura distinto que “sale de la iglesia y está respondiendo a lo que la gente necesita”.
La más reciente vocación que ha surgido de Nuestra Señora de Guadalupe es Leo Tiburcio, de 41 años, quien acaba de regresar a Charlotte tras ser ordenado diácono transicional el pasado 26 de mayo en la Iglesia Sagrado Corazón de Oxford, Pensilvania.
Nacido en Santa María Zacatepec, Cholula, estado de Puebla en México, de una familia de 9 hijos, en 1994 abandonó su tierra a los 16 años para ayudar a la economía de la casa y se dirigió, junto con dos amigos, a Nueva York, a trabajar en restaurantes.
Después de una trasladarse a Atlanta vió una oportunidad en Charlotte, donde tomó contacto con la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe.
Pocos meses después es invitado -junto con otros tres jóvenes- a ser parte de la casa de discernimiento, lo que rechazó de plano. “No quiero ser sacerdote, yo quiero casarme”, le dijo al párroco. Sin embargo la semilla estaba sembrada.
Tras las dudas, decide dedicar su vida a Dios y es enviado a Nueva York para su formación. Hace dos semanas, después de su ordenación como diácono, regresó a Charlotte donde dice sentirse “feliz de predicar lo que me ha nutrido Dios en estos años”.
Para el Diácono Tiburcio fue la recepción especial que sintió en ‘La Lupita’ la que lo atrajo al sacerdocio. “El trato humano, el amor de Dios vivido. Desde cuando me contestaron el teléfono cuando llame por informes hasta el retiro, el grupo juvenil, el pastor, todo”.
“Es como que me dijeron ‘primero vamos a amarte y luego tu mismo vas a descubrir el amor de Di-os’”, sentenció.
— Cesar Hurtado, Reportero Hispano