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Catholic News Herald

Serving Christ and Connecting Catholics in Western North Carolina
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Varios integrantes del grupo juvenil ‘Fruto de Fe’ de la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe reflexionan sobre las últimas palabras de Jesús mientras colgaba de la cruz. Estas frases, registradas en los Evangelios, se conocen como “Las siete últimas palabras de Cristo”. La devoción a las Siete Últimas Palabras comenzó con un sacerdote peruano en el siglo XVII y se ha convertido en una fuente popular de contemplación el Viernes Santo, el día más oscuro antes del amanecer de la Pascua de Resurrección.

031524 7 Marquez

1. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

Me detengo a reflexionar sobre estas palabras de Jesús. Poco antes de su muerte, se puede decir ya moribundo, pide a su padre que perdone a sus verdugos porque no saben lo que hacen.
Esto me hace reflexionar, como hijo privilegiado de Dios, que gozo de su amor y de su perdón. Jesús poco antes de su muerte se detiene por un momento y ve mi realidad y se compadece de mí y pide a su padre Dios que me perdone porque no sé lo que estoy haciendo.

“Padre, es tu hijo, míralo como está, cuánto has hecho por él. Le has dado amor y le diste la vida. Le diste familia, unos padres ejemplares dignos de admirar, y no los reconoce, ni siquiera mi sufrimiento y mi pasión les basta. Padre, perdónalos porque cada vez que hacen esto, me duele hasta el alma. Esto hace que mis fuerzas se agoten más, el dolor aumenta más, estos clavos me torturan y el dolor es insoportable. Mi cuerpo cada vez más se desangra, mis fuerzas se acaban poco a poco. Lentamente la muerte se aproxima, la oscuridad de la muerte se acerca cada vez más, pero mi amor es mucho más fuerte por este pueblo”.
— Darbin Márquez

031524 7 Medina2. “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”

Imagina que toda tu vida llevas una vida de delincuencia y no tomas en cuenta todo el sufrimiento que has causado, al punto donde tu castigo es la crucifixión. Lo mereces.

Y a tu lado tienes a alguien que no lo merecía, alguien que se ha dedicado a sanar y hacer la voluntad de Dios.

En tu corazón lo reconoces como el Mesías que te contaban tus padres. Viendo como lo maldicen y le dan latigazos cargando su amada cruz. Y con su sufrimiento, tú te entregas a Él y lo reconozcas como tu Salvador. Él te recompensa con la entrada al paraíso y con la dicha de estar a su lado.

Qué bello es saber que, con todo lo malo que has hecho en tu vida, confesar los pecados y cumplir la penitencia nos purifica y admite al paraíso.

Al recibir la Sagrada Eucaristía todo esto se cumple. “El que coma de este pan y beba de este cáliz tendrá vida eterna”. Nosotros vivimos esto cada vez que vamos a Misa.
Ofrécele tus alegrías y sufrimientos, acepta tus fallas y arrepiéntete. El Señor te está esperando con alegría y puro amor a su querido Hijo que se había perdido y ha regresado.

— Asly Medina

031524 7 Capistrano

3. “Mujer, ahí tienes a tu hijo…”

¿Creó Dios a la madre perfecta? Sí. En el día más oscuro de la historia, Cristo cuelga como un águila herida en la cruz. Cristo murió para santificarnos. Con su último aliento, Cristo le dice a la mujer más santa: “Ahí tienes a tu hijo”.

Cristo no hizo excepciones, Su Madre consuela a todos los que sufren y se sienten abandonados.

¿Te sientes así? Ve a María. María comprende esos dolores habiendo vivido tres días sin Jesús.

¿Eres pecador? Recuerda a Cristo en la cruz diciéndote: “Aquí tienes a tu madre”.

¿Te sientes indigno del amor de María? Nuestra Señora de Guadalupe aseguró a Juan Diego: ‘Porque verdaderamente me honra ser tu madre compasiva; aquellos que me aman, aquellos que me buscan. Verdaderamente escucharé su llanto”.

Un joven corrió hacia Jesús y le preguntó, “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” o mejor “¿Qué debo hacer para ser feliz?”. Obtendremos la vida eterna y la felicidad obedeciendo los Diez Mandamientos.

Honra a María con el rosario, observando el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre”. Con cada cuenta decimos, “te amo”, y con cada oración ella sonríe y le dice a Cristo, “Mira cómo te adoran”.

— Vicente Capistrano

031524 7 Venagas4. “¿Por qué me has abandonado?”

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Cuántas veces ha oído Dios esta súplica que gritamos desde las profundidades de nuestro estrés y angustia.

Dios nos ha dado el regalo de la libertad de escoger y nosotros, desde nuestras propias debilidades, escogemos lo que nos hace el mal.

Él, siendo padre paciente, oye nuestros reclamos y se sienta a nuestro lado sufriendo silenciosamente.
Dios nos deja aprender de nuestros errores y nos deja encontrar nuestro camino a Él, y como el hijo pródigo volvemos a nuestro padre, que sabemos con certeza sólo quiere lo mejor para nosotros.

Cuántas veces como jóvenes hemos caído en los errores de los vicios, del alcohol, de las drogas, de la lujuria, y caemos al punto más bajo de nuestras vidas y reclamamos a Dios.

Pero estas palabras que Jesús dice en la cruz no son una expresión de desaliento, sino una expresión grande de confianza en el Señor. Debemos tener confianza en que el Señor nos está esperando en el punto más bajo, listo para levantarnos.

Usemos nuestro sufrimiento para acercarnos más a Dios y aprender a entregarnos completamente a su voluntad. Podemos entregarnos más a su voluntad leyendo la Biblia, frecuentando la confesión y la Misa, recibiendo la Eucaristía, y viviendo una fe fervorosa.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
— Juan Pablo Vanegas

031524 7 Acosta

5. “Tengo Sed”

“Tengo sed”. ¿Cuántos tenemos sed de éxito, valoración, dinero y de sentirnos amados? Y llenamos esa sed con malas influencias, drogas, alcohol, fiestas, pornografía, y hasta nos hundimos en las redes sociales con tal de saciarnos. Y lo único que logramos con esto es tener más sed.
Jesús dijo en la cruz, “tengo sed”. ¿Y quizás decimos, “Señor, tú que todo lo puedes, ¿por qué no haces algo?”
Pero Dios nos ama tanto que nos da la libertad de escogerlo. Él, en esa cruz, nos demuestra que tiene sed de nosotros. Quiere amarnos como lo merecemos a pesar de nuestros pecados y anhela salvar nuestra alma.
¿Y por qué lo sigues negando? ¿A qué le tienes miedo? En vez de entregarle a Jesús tu corazón sincero y humilde, le sigues dando el hisopo lleno de vinagre.
Dirás, “yo ya estoy en la iglesia sirviendo y yendo a Misa cada domingo. Señor, tú ves que yo estoy siguiendo tu camino”. Te pregunto, ¿en realidad vas por Jesús o solo por ser mirado y recibir aprobación del mundo?
Pero a pesar de todo, Jesús te mira con ojos de amor y quiere amarte de una manera bonita, solo abre tu corazón y dile, “Señor, tengo sed”.
— Angela Acosta

031524 7 Hernandez

6. “Todo está cumplido”

En la cruz, lo último que dice Jesús es, “Todo está cumplido”. Después de decir esto, inclinó la cabeza y exhaló su último aliento. Todo el caos de las multitudes alrededor había terminado.

Toda la tortura que le hicieron pasar a Jesús había terminado. Los azotes, la corona de espinas en su cabeza, las muchas veces que cayó al suelo, la sed que sintió, la agonía que soportó, todo se acabó.

Imagínese cómo se sintió Jesús en esos momentos, el dolor que sintió. Siendo a la vez divino y humano, sintió el dolor físico y emocional de cada caída, de los insultos y de todas las torturas que sufrió.

Pero su amor por nosotros le permitió soportar todo esto. Está cumplido. En ese momento, entregó el espíritu. Esto, en cierto modo, recuerda el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés.

Es esperanza en este momento. El Espíritu Santo sigue estando con nosotros desde el momento de nuestro bautismo gracias al infinito amor y generosidad de Dios.

Jesús hizo todo lo que pudo por nuestra salvación. Él entregó su vida por nosotros porque nos ama. El sacrificio fue cumplido.

— Jennifer Hernández

031524 7 Verla

7.“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Encontramos estas palabras en Evangelio de San Lucas. Jesús mira que todo lo que el Padre le ha encomendado está cumplido. Y así como Jesucristo, todo lo que Dios nos encomienda se lo entregaremos en sus manos. Nuestra vida, nuestro corazón, nuestro trabajo, etc.

Qué hermoso escuchar de su voz esa dulce palabra dicha con todo amor, “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. Es una forma de decir, “Dios mío, yo confío en ti, me entrego a ti”.

Qué hermoso ver ese gran amor que une al padre con el hijo, la obediencia de Jesús al padre en estas palabras se refleja la humanidad. Tanta humillación, la obediencia. No importa qué tan grande sea el sufrimiento, sino que manifiesta la obediencia que usted y yo debemos al Padre. El amor, qué grande es su amor que no desafía la voluntad del Padre, porque el amor es humildad y obediencia.

Esta palabra es confiar eternamente en Dios. Con esta palabra, da por terminada su misión en la Tierra y vuelve al Padre. Con esta palabra reafirma nuestra fe, confiar plenamente en manos de Dios nuestra vida, nuestra familia, nuestras vidas, y todo lo que Dios nos manda a hacer. Todo nuestro ser a Él pertenece.

Padre en tus manos encomiendo mi espíritu.

— Javier Varela