San Esteban fue uno de los primeros diáconos y el primer mártir cristiano. Su fiesta es el 26 de diciembre.
Era uno de los hombres de confianza de los apóstoles. En el libro Hechos de los Apóstoles, el nombre de Esteban se encuentra por primera vez con ocasión del nombramiento de los primeros diáconos (Hechos, 6, 5). Habiéndose suscitado insatisfacción en lo relativo a la distribución de las limosnas del fondo de la comunidad, los apóstoles eligieron y ordenaron especialmente a siete hombres para que se ocuparan del socorro de los miembros más pobres. De estos siete, Esteban es el primer mencionado y el mejor conocido.
La vida de Esteban anterior a este nombramiento permanece casi enteramente en la oscuridad. Su nombre es griego y sugiere que fuera un judío nacido en alguna tierra extranjera y cuya lengua nativa era el griego.
No se sabe tampoco cuando y en qué circunstancias se hizo cristiano. La Iglesia, al escogerlo para diácono, le había reconocido públicamente como un hombre “de buena fama, lleno de Espíritu y sabiduría”(Hechos 6:3). Era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo”(6:5) “lleno de gracia y de poder” (6:8); nadie era capaz de resistir sus poco comunes facultades oratorias y su lógica impecable, tanto más cuanto que a sus argumentos llenos de la energía divina y la autoridad de la escritura Dios añadía el peso de “grandes prodigios y señales” (6:8). Grande como era la eficacia de “la sabiduría y el
Espíritu con que hablaba” (6:10), aun así no pudo someter los espíritus de los refractarios; para estos el enérgico predicador se iba a convertir pronto fatalmente en un enemigo.
Habló y defendió muy bien a Jesús, que entre los judíos generó cierto desconcierto. Por tal razón, la tradición señala que fue llevado violentamente ante el Tribunal Supremo de la Nación, el Sanedrín, para ser acusado con falsos testigos, los cuales argumentaron que Esteban afirmaba que Jesús iba a destruir el templo y a acabar con las leyes de Moisés.
Sin embargo, el santo no se atemorizó, y por el contrario, pronunció un impresionante discurso en el cual fue recordando toda la historia del pueblo de Israel (Hechos 7) y a través del cual exhortó a los judíos a rectificar, reprendiéndolos por haber llegado al extremo de no sólo no reconocer al Salvador, sino de haberlo además crucificado. La respuesta de
Esteban fue una larga relación de las misericordias de Dios hacia Israel durante su larga historia y de la ingratitud con que, durante todo el tiempo, Israel correspondió a esas misericordias.
La turba, llena de ira, conforme a la ley hebráica, lo arrastró fuera de la ciudad y lo apedreó. Los que lo apedreaban dejaron sus vestidos junto a un joven llamado Saulo, el futuro San Pablo que se convertirá por las oraciones de este mártir, y que aprobaba aquel delito. Mientras lo apedreaban, Esteban decía: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Y de rodillas dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, murió.
Los cristianos lo rescataron y dieron a su cuerpo digna sepultura.
Durante siglos la tumba de Esteban estuvo perdida, hasta que en el año 415 un sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el sagrado cuerpo estaba en Caphar Gamala, a alguna distancia al norte de Jerusalén. Las reliquias fueron exhumadas y llevadas primero a la iglesia de Monte Sión, luego, en 460, a la basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, en el lugar donde, según la tradición, tuvo lugar la lapidación. El sitio de la basílica de Eudoxia se identificó hace unos veinte años, y se ha erigido un nuevo edificio sobre los viejos cimientos por los Padres Dominicos.
— Condensado de ACI Prensa y la Enciclopedia Católica Online