A este santo, uno de los doce apóstoles de Jesús, lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.
Al parecer, Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa “regalo de Dios”).
Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.
El evangelio de San Juan (Juan 1:45-51), la narra el encuentro de Bartolomé con Jesús de la siguiente manera: “Jesús se encontró a Felipe y le dijo: “Sígueme”. Felipe se encontró a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret”. Natanael le respondió: “¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?” Felipe le dijo: “Ven y verás”. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” Natanael le preguntó: “¿Desde cuando me conoces?” Le respondió Jesús: “antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi”. Le respondió Natanael:
“Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Jesús le contestó: “Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre” (Juan 1:43 ).
Desde entonces, nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús, que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales.
Con los otros once apóstoles siguiendo a Jesús, recorre pueblos y aldeas, predica a las gentes.
Por dos veces es enviado junto con otro compañero a evangelizar los pueblos de Galilea, con poderes de arrojar demonios y realizar milagros.
Conoce lo que es la falta de tiempo para comer y dormir. Convive íntimamente con Jesús, es testigo de sus obras y de su sed insaciable de entregarse y, aún cuando pasará momentos de duda terrible al ser testigo de la Pasión y Muerte del Maestro, su fe se mantendrá fime, y merecerá ser testigo de su resurrección.
Bartolomé se encuentra allí en el Cenáculo, cuando a través de las puertas cerradas Jesús se les aparece a los discípulos.
El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo: “San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza”.
Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.
— Condensado de Catholic.net