Una tradición católica para meditar en familia durante el Viernes Santo
REFLEXIONES SOBRE LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE CRISTO
Las Siete Las Palabras, son siete expresiones que Jesús dijo durante Su crucifixión, como se registra en los Evangelios. Las siguientes reflexiones fueron escritas por sacerdotes nicaragüenses, los Padres Ramiro Tijerino y Óscar Benavides.
Ellos se contaban entre los cientos de nicaragüenses que han sido arrestados y encarcelados por cargos falsos, y luego exiliados por el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, por criticar al gobierno.
En los últimos años, Ortega ha reforzado su control del poder encarcelando a críticos y opositores políticos, cerrando medios de comunicación independientes y reprimiendo brutalmente las manifestaciones contra el gobierno.
Los Padres Ramiro y Óscar han visto la injusticia de primera mano, y pueden dar testimonio del poder de la oración y de permanecer valientes en la fe.
El Padre Ramiro ha servido como pastor y rector de la Universidad Juan Pablo II en Managua, la capital de Nicaragua. El Padre Óscar ha servido como pastor y asesor del programa de Ministerio Juvenil de la Diócesis de Matagalpa. Ambos son críticos de la injusticia y defensores de las comunidades rurales de Nicaragua, los pobres y marginados.
Actualmente viven en Charlotte, donde el padre Ramiro tiene familia.
Primera Palabra
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
La primera palabra de Jesús en la cruz es una petición al Padre: “perdónalos”. Y la causa de ese perdón es su amor infinito por la humanidad, por ti, por mí y por todos los que ayer y hoy le crucificamos. En aquella crucifixión del Calvario, la petición de perdón lleva una justificación: “porque no saben lo que hacen”. ¿Qué es lo que no saben? Bueno en primer lugar, no saben que ese que está en la cruz es inocente. Y en segundo lugar, que el inocente que está en la cruz es el Hijo de Dios.
Y nosotros, ¿sabemos lo que hacemos? Pienso que si lo sabemos. Y es quizás lo peor, que sabiendo que hacemos el mal, lo seguimos haciendo. Sabe el mundo hoy que el aborto es asesinar un inocente y, sin embargo, se sigue realizando y hasta presentando como un “derecho”.
Sabemos que la guerra causa la muerte de muchos inocentes y, sin embargo, hoy en día se habla de 27 conflictos armados en el mundo. Por todo ello, hoy más que nunca, necesitamos que nuestro Señor siga pidiendo al Padre que nos perdone.
Y de parte nuestra, necesitamos reconocer constantemente que somos pecadores necesitados del perdón de Dios, que hacemos el mal sabiendo que ofendemos a nuestro Señor, manifestándose así el misterio de nuestra libertad muy bien expresado por San Pablo apóstol cuando nos dice: “De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Romanos 7:19).
Perdónanos, Señor por todos nuestros pecados, los que hemos cometido aún sabiendo que era malo. Perdónanos también por las consecuencias negativas que esos pecados han dejado en mí, en quienes he ofendido y aún en las personas que digo amar. Danos la gracia del arrepentimiento y un deseo constante de buscar tu misericordia. Amén.
— P. Ramiro Tijerino
Segunda Palabra
“Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.”
Esta segunda Palabra de Jesús está dirigida a un hombre que practicó el mal probablemente por muchos años. Dios lo encontró en el momento más difícil de su vida y, sin embargo, le concedió la gracia de que pudiera verlo con sus ojos, que pudiera reconocerlo, como finalmente lo hizo.
La Iglesia, a través de este tiempo de Cuaresma y del Triduo Pascual, quiere que también nos detengamos a meditar cómo estamos viviendo la vida, ¿cargando la cruz o no?
Digo esto, porque hay muchísimos momentos de nuestra vida en los que tenemos que afrontar, tarde o temprano, circunstancias muchas de ellas difíciles. Por ejemplo, desempleo, muerte de un ser querido, enfermedades, injusticias, encarcelamiento por la verdad, etc.
Y estos problemas o cruces pueden lograr separarnos de aquel que cargó con la cruz, murió y resucito. Por eso, hay que estar pidiéndole al Divino Espíritu que nos dé su gracia para saber sobrellevar la cruz. No hay que perder el anhelo de ir al paraíso, aunque eso signifique sin duda alguna ir a la cruz.
Yo por ejemplo, estuve en la cárcel por causa de la verdad. Ese tiempo que estuve allí lo acepté como ese momento de cruz, y como el espacio para reflexionar sobre cómo he vivido la vida conmigo mismo, con la familia, con los amigos y con Dios.
Era difícil estar en la cárcel. Dios estuvo allí, fue quien nos asistió con su fuerza, la paciencia y la humildad. Sin su gracia era imposible permanecer como lo hicimos.
Hermanos, les invito a que hagamos eco de esta promesa de Jesús. Revisa cómo ves la cruz, ¿como un momento de gracia o como una desgracia?
— P. Óscar Benavides
Tercera Palabra
“¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!, ¡hijo, ahí tienes a tu madre!”
Despojado de todo en la cruz, y siendo su vida misma un don, nuestro Señor nos hace el último regalo: su madre.
Él se desprende del vínculo más fuerte y natural que todo ser humano tiene, es el vínculo a la mamá. Esa madre que le acompañó hasta la cruz. La mayoría de sus apóstoles, a quienes había llamado “amigos”, le abandonaron. Solo Juan estaba ahí y claro está, la virgen María.
Todos nosotros, cuando nos encontramos en esas situaciones difíciles, o pasamos por un problema o dificultad que nos agobia, cuánto quisiéramos ser niños para volver a estar en los brazos tiernos y seguros de la mamá.
Pues es lo que experimentábamos también los que nos encontrábamos en la cárcel, encarcelados injustamente. Queríamos estar con nuestras madres.
Personalmente recuerdo la primera visita que recibí en la cárcel, fue la de mi madre. Entró al pequeño recinto custodiada de policías, con su mirada tierna y serena, a pesar del dolor que seguramente llevaba en su corazón, nos abrazamos y reconfortamos mutuamente.
Jesús nuestro Señor, sabe que necesitaremos de su madre, que es también nuestra madre.
Esto no va contra la fe en Cristo. Al contrario, es Él quien nos la entregó, así que nosotros, como buenos hijos y al igual que el apóstol San Juan, la recibimos con alegría y la llevamos a nuestras casas.
Ella estará pendiente de nosotros en todos los momentos de nuestra vida. No dudemos pues de abrirle las puertas de nuestro corazón a aquella que nos dijo: “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2:5).
Confiando plenamente en su maternal intercesión, ella está contigo al pie de tu cruz, ella está pendiente de que no falte nada en tu hogar. Ella nos lleva a Jesús.
¡Gracias, madre por estar siempre con nosotros! ¡Ruega por nosotros Santa Madre de Dios!
— P. Ramiro Tijerino
Cuarta Palabra
“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”
En ocasiones, ante situaciones y circunstancias difíciles, hacemos nuestra también esta frase que Jesucristo clamó en ese bendito momento de la cruz. Y como
Él lo hacemos nosotros, porque lo primero que experimentamos es ese sentimiento de abandono y de soledad.
Por ejemplo, la persona que va al médico por un chequeo de rutina y recibe la noticia que tiene un cáncer en etapa terminal, creo que muy probable que se pregunte ¿por qué Dios me ha abandonado?
Y si agregamos que esa persona se considera muy buena, que diezma, que comulga todos los domingos y que además está en el grupo de oración de la parroquia, ¿no se haría la pregunta?
Yo respondería que muy probable que sí. No estamos exceptos de sentir o experimentar esta soledad que nace de la impotencia, de la fragilidad humana.
Aún yo, como sacerdote, cuando estuve en la celda de esa cárcel, no una sino muchas veces, hice esa pregunta. ¿Y saben qué fue lo hermoso que nos pasó?, ¡que el mismo Señor nos visitó!
¿De qué manera? En su presencia real en la Santa Eucaristía. Todos lloramos porque habíamos dudado de su palabra, “Yo estaré con ustedes…” (Mateo 28:20).
Uno de nosotros dijo hincado ante su presencia, “Dios está también preso con nosotros”.
Hermanos todos, Dios siempre está en esos momentos buenos y alegres; pero también lo estará en esos momentos difíciles: ¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades…ni la muerte”. Leamos Romanos 8:35.
— P. Óscar Benavides
Quinta Palabra
“Tengo sed.”
Tener sed es una de nuestras necesidades naturales, no podemos vivir sin el agua. Con esta palabra nuestro señor nos manifiesta toda su humanidad, Él se hizo carne de verdad, es Dios y Hombre, y como hombre se asemejó totalmente a nosotros, menos en el pecado.
Él ya les había dicho en una ocasión a sus discípulos, que no era un fantasma. Él es realmente hombre, siente, sufre dolor, cansancio, padece hambre, etc.
Y aquí en la cruz siente sed, la sed de un torturado, la sed de alguien que está sufriendo mucho y viviendo su agonía.
En el relato de San Marcos se nos dice que los soldados le dieron vino mezclado con mirra (Marcos 15:23). En esos tiempos esa mezcla servía como anestésico y droga, ayudando así al crucificado o al torturado a aliviar y olvidar su dolor. Lo más interesante es que dice el versículo: “pero Él no lo tomó”.
Así, mientras muchos de nosotros queremos evadirnos a la realidad del sufrimiento, quisiéramos tener una mezcla de “vino y mirra” que nos aleje momentáneamente del dolor.
Quisiéramos tener una varita mágica que resuelva todos nuestros problemas, o bien un vino y mirra que nos haga más llevadera y liviana la cruz.
Mientras nosotros pensamos, buscamos o deseamos esa mezcla de “vino y mirra”; nuestro Señor Jesús la rechaza, no la toma, asume su dolor con valentía y por amor.
El amor y el sufrimiento van de la mano. Quien ama de verdad, se entrega hasta el extremo. He ahí la sed del Hijo de Dios.
Nosotros también en este mundo experimentamos cansancio y sed, son muchos los sedientos de paz y justicia, sedientos de amor.
Cuánta sed hay en nuestros pueblos, en Nicaragua y en el mundo entero. Gente sedienta de libertad y justicia; y sólo Él, la fuente de agua viva, nos puede saciar y llenar todos nuestros vacíos y carencias. Él es el agua viva.
— P. Ramiro Tijerino
Sexta Palabra
“Todo está cumplido.”
Jesús muriendo en la cruz ha manifestado así el deseo y querer de su Padre. El mismo dirá que su alimento es hacer la voluntad de mi Padre.
¿Por qué me cuesta hacer la voluntad del Padre? En lo personal, el problema radica en la falta de oración y de la santidad.
El santo es aquel que está en la misma sintonía y frecuencia con la voluntad de Dios y esto es fruto de la oración. Y si le toca vivir momentos adversos no lo vemos renegar, al contrario, los vive con paz y se alegra de padecerlos en nombre de Jesús.
Son muchísimos ejemplos de miles, de millones de santos. Por mencionar a uno, San Ignacio de Antioquia, lo vemos suplicar al pueblo que pastoreaba que no impida ser triturado por los leones.
La cárcel no es el lugar donde más tranquilidad y paz uno puede manifestar. Por eso, siempre nos preguntábamos ¿es voluntad de Dios que estemos acá?
No logramos tener una respuesta inmediatamente, como hubiéramos deseado, pero con el correr del tiempo Dios fue respondiendo esas y otros preguntas.
Cuando logramos hablar con los hermanos de otras celdas, ellos nos contaron lo que habían experimentado desde el mismo momento que nosotros entramos a la cárcel. Fue una alegría, porque si ustedes estaban allí Dios también.
Volvió la esperanza de que un día íbamos a salir. Los oficiales comenzaron a dar mejor trato, hasta la comida mejoró, pero sobre todo muchos volvieron a la fe y no había celda donde no se orara con el rosario.
Dios permitió que llegáramos a la cárcel para salvarnos a todos física y espiritualmente. “Todo está cumplido”. Preguntémonos ¿Todo esto por mí?
— P. Óscar Benavides
Séptima Palabra
“Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu.”
Toda la vida de Jesús fue una constante oración. Ninguna actividad realizaba, ni una decisión tomaba sin antes orar. Y cuando sus discípulos le pidieron: “Señor enséñanos a orar” (Lucas 11:1), Él invitó a sus discípulos a decir: “Padre…”.
Aquí, en esta última palabra, en este momento de agonía y muerte, pero que también es momento de encuentro, ora diciendo: “Padre”.
Seguramente lo hizo en el lenguaje arameo, cuya palabra seria Abba. Este vocablo era utilizado únicamente en el interior del hogar, pues connotaba una intimidad y relación especial, era una expresión de amor filial, pero un amor sentido y vivido, tal y como lo vive un niño que se acerca a su papá.
Así el Hijo de Dios se entrega a su padre, a su Abba, a su papá, y con ello restaura esa relación entre Dios y los hombres, relación que estaba rota a causa del pecado.
Jesús se entrega a su Padre para que este lo levante de entre los muertos. Entrega su espíritu al Padre con la confianza del hijo, con la esperanza que su Padre le dará el nombre sobre todo nombre, esto es, con la esperanza en la resurrección.
Es esta la confianza y la esperanza con la que debemos nosotros, que somos también hijos de Dios, encarar la muerte y vivir cada acontecimiento de nuestra vida. Con la muerte de Cristo, está vencida la muerte como destino final del ser humano; de esta manera podemos, con mucha fe y esperanza, decir con el apóstol
Pablo que: “…ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).
— P. Ramiro Tijerino