“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”
Jesús se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los jefes de los sacerdotes, los fariseos, los dos malhechores que han sido crucificados con Él, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo:
“Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti”, “ha puesto su confianza en Dios, que Él lo libre ahora”.
La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra Él.
“Me dejarán solo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra.
Y Jesús, que no había hablado hasta entonces, que no había dejado salir de sus labios ni una sola queja, se vuelve ahora hacia su interior para hablar con Su Padre: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
En su muerte, Cristo revela su corazón compasivo, aún después de una vida de experimentar los peores tratos humanos.
Jesús no solo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para Judas que lo ha vendido, para Pedro que lo ha negado, para los que han gritado que lo crucifiquen, para los que allí se están mofando.
También lo pide para todos nosotros, para los que con nuestros pecados somos el origen de su condena y crucifixión. Pide perdón porque el amor todo lo excusa, todo lo soporta. No hace otra cosa que poner en práctica lo que tantas veces había dicho: “amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen”.
Mis queridos hermanos y hermanas, ¿alguna vez has perdonado? El amor sanador de Jesús puede actuar en cada uno de nosotros si se lo permitimos y lo sabemos invocar.
La causa más frecuente de heridas interiores es la falta de perdón. En la base de toda herida hay un perdón que dar o recibir. Las ofensas nos causan profundas heridas que se traducen en ira, falta de paz, resentimientos, enemistades, odio, venganza, y hasta pueden enfermarnos física, psíquica y espiritualmente. Para estos casos, no hay terapia más sanadora y liberadora que el perdón.
El perdón no es algo que nazca, no es esforzarse por olvidar lo qué pasó, no es negar la ofensa recibida, no es dejar que el tiempo borre lo ocurrido, no es apartar al ofensor de tu vida, no es ignorar lo que pasó o ser indiferente hacia ello, no es decir te perdono sin haber perdonado de corazón.
Perdonar es una decisión, y el primer paso es reconocer la necesidad de perdonar y decidir hacerlo. Uno tiene que llegar a decir en su corazón, aún cuando en el fondo sienta humana resistencia a hacerlo, “yo decido perdonar porque Jesús lo perdona”.
El perdonar nos ayuda a vencer al odio que es derrotado a fuerza del bien, a fuerza del perdón. Perdonar es decir como Cristo, “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
— Diácono Miguel Sebastián, parroquia San Carlos Borromeo, Morganton
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”
Es muy importante ver el contraste en la actitud de los dos ladrones condenados a muerte con Nuestro Señor Jesucristo. Por un lado, tenemos a un pecador que blasfema burlándose al no confiar ni tener fe en Jesús; y por el otro lado, a un pecador que en los últimos minutos de su vida se arrepiente de sus pecados, confía y tiene fe en Jesús.
Jesús, habiendo ya soportado el sufrimiento físico y espiritual de la cruz, recibe los últimos insultos de uno de los ladrones que estaba siendo ejecutado junto a Él. En los últimos minutos de su vida, este ladrón insultaba al Hijo de Dios, blasfemando contra Dios mismo y pidiéndole algo que no merecía. A pesar de estar siendo ejecutado justamente por sus pecados, demandaba de parte de Dios la salvación sin merecerla.
Eso mismo entendió el ‘buen ladrón’, como nosotros lo llamamos. Por eso lo reprendió diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?”.
La falta de temor de Dios es una muestra de un corazón endurecido y alejado de Dios. Por eso, debemos examinar continuamente nuestro corazón para asegurarnos que no estemos demandando algo a Dios que no merecemos, por no habernos arrepentido de nuestros pecados.
En contraste, el ladrón que estaba a la derecha de Jesús comprendió que merecía morir en la cruz. Estaba cumpliendo con la pena que le correspondía por su crimen, reconocía su condición de pecador. En sus últimos momentos, tuvo una sincera contrición y arrepentimiento.
Lo más importante es que este ladrón creyó y reconoció que Jesús era justo y no merecía morir. Le dijo, “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”. En su declaración vemos los elementos de una verdadera conversión, arrepentimiento y fe, resultado de la gracia y misericordia de Dios. Por eso Jesús le responde, “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Podemos percibir en esta escena el juicio de Dios hacia el pecador que no se arrepiente y la gracia de Dios hacia el pecador arrepentido.
Este “buen ladrón”, por el hecho de arrepentirse, no solo se estaba ‘robando’ un bien material, sino que, en el último momento de su vida, también se ‘robaba’ la salvación eterna.
Esta es una buena noticia de esperanza para todas las personas que sufren en la vida. Todos los que están ‘crucificados’ por el dolor, la enfermedad, la pobreza, el sufrimiento y el desamor, pueden tener la confianza que Jesús está sufriendo con ellos y encontrar la vida plena con Él en el Paraíso.
En esta vida no hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar, ni nadie está tan alejado de Dios para no ser alcanzado por Su gracia. Debemos orar constantemente por las personas que no se acercan a Dios, y pedirle a Dios que transforme sus vidas, así como transformó la vida de este ladrón.
Este hombre merecía menos que nadie la salvación de su alma, pero Jesús se la concedió. Dios en su infinita misericordia nos perdona, salva y santifica. Hoy es el momento de arrepentirnos, pedir perdón por nuestros pecados y finalmente confiar y creer en el sacrificio de Cristo en la Cruz.
— Diácono Francisco Piña, parroquia San Luis Gonzaga, Hickory
“Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu madre”
La tercera palabra de Jesucristo en la cruz nos la relata San Juan. Una palabra dirigida a dos personas.
Jesús, que está agotado, tiene todavía fuerzas para hacer una especie de testamento en el que se va a desprender de lo único que le queda en la tierra, de lo más valioso: su mamá.
Se dirige a ella y se dirige a San Juan, el discípulo predilecto, aquel jovencito de 16 años que valientemente acompañaba a la Santísima Virgen y a las otras mujeres que habían desafiado la ira y las amenazas de los fariseos y estaban con Jesús viendo el terrible espectáculo de su muerte.
Estamos ante un testimonio evidente de que la Santísima Virgen María no tenía más hijo que Jesús.
Sabemos que Juan era hijo del Zebedeo, por lo que no era hijo de María.
De hecho, el cuarto mandamiento se refiere precisamente a nuestros padres: honrarás a tu padre y a tu madre. Si María hubiera tenido hijos o hijas, esos que el Evangelio llama los hermanos y hermanas de Jesús, ella habría estado naturalmente acompañada por ellos, no la habrían dejado ir sola. Además, no hubiera sido bien visto, de acuerdo con las costumbres judías, en cuanto al cuidado de personas mayores o ancianos.
Creo que esto es muy importante, sobre todo porque los católicos estamos continuamente siendo objeto de ataques por nuestro amor a la Santísima Virgen. Al atacarla ofenden a Jesús, pues a ningún hombre le gusta que desmerezcan a su madre.
La Virgen María está sola y Jesús se la encarga a San Juan. Pero no solamente le encarga a San Juan que cuide de ella, también le dice a la Virgen María que cuide de San Juan.
San Juan nos representa, es el católico, y la Virgen María tiene que cuidar de él y ser cuidada por él. Cuidar y ser cuidada, y nosotros, cuidar y ser cuidados.
Cuidarla, defenderla, honrarla, pero también dejarnos cuidar por ella. Cuidarla es rezar el Santo Rosario, es amarla, es visitar los santuarios donde ha aparecido, defenderla de los que la insultan. Dejarnos cuidar por ella significa mirarla y darnos cuenta de que ha pasado por lo mismo que nosotros y más, significa aprender a tener confianza en Dios.
Cuando te falte algo, cuando estés sufriendo, cuando te vaya mal, cuando pierdas un ser muy querido, cuando la angustia te oprima el corazón y parezca que vas a morir de dolor, piensa en María, déjate cuidar, déjate consolar y ponte como ella al lado de Jesús y dile: no te entiendo, no lo entiendo, pero confío en ti.
El otro día escuché algo que me gustó mucho. Decía que ser mariano es llegar al cielo y oírle decir a Jesús, “mi madre me ha hablado mucho de ti”.
Nosotros tenemos que querer a María, tanto que, si algún día por la gracia de Dios llegamos al cielo, al encontrarnos con Jesús nos diga, “mi madre te ha estado preparando el camino, bienvenido a tu casa”, y sea la Virgen la que nos abra esas puertas para encontrarnos con Dios para siempre.
— Diácono Herbert Quintanilla, parroquia San Vicente de Paúl, Charlotte
“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,
Esta es una hora en la agonía de Jesús, a la que es necesario proyectar luz para disipar todas las tinieblas que pueden abatirse sobre ella.
Es la palabra que esconde el más alto de los misterios: la Redención del Hombre.
En esta hora de desolación, Jesús esta expiando ante Dios y obteniendo para la humanidad el perdón del pecado. Ayer, desde la creación. Hoy y siempre, hasta el final del mundo.
Estas afirmativas palabras son la verdad que todos profesamos y por profesarlas debemos estar dispuestos a derramar nuestra sangre.
Todo el misterio de la salvación se encierra en estas palabras y se proclama a toda la humanidad a través de ellas.
Nuestro Señor Jesucristo está cargando sobre su alma la soledad infinita del pecado para expiarlo.
Estas palabras deberíamos de escucharlas de rodillas y con lágrimas, porque está ofreciendo a su Padre este abandono para expiar todos los pecados y rescatarnos de la muerte eterna.
En su abandono, Él experimentó el pecado, que es la ausencia de Dios. Es por eso que el abandono de Jesús en la Cruz es el vértice de la redención, porque el designio del Padre se ha cumplido.
“Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que crea en Él se salve, no perezca y tenga vida eterna”.
Es por eso por lo que debemos de abrir el alma al Redentor de par en par, especialmente en este tiempo de conversión, de misericordia y de perdón.
— Diácono Margarito Franco, parroquia Nuestra Señora de Lourdes, Monroe
“Tengo Sed”
Ante Jesús crucificado, resuenan también para nosotros sus palabras: “Tengo sed”. La sed es, aún más que el hambre, la necesidad extrema del ser humano, pero además representa la miseria extrema.
¿De qué tiene sed el Señor? Ciertamente de agua, elemento esencial para la vida. Pero sobre todo de amor, elemento no menos esencial para vivir. Tiene sed de darnos el agua viva de su amor, pero también de recibir nuestro amor.
El drama del “corazón árido”, del amor no correspondido, un drama que se renueva en el Evangelio, cuando a la sed de Jesús el hombre responde con el vinagre, que es un vino malogrado. Así, proféticamente, se lamentaba el salmista: “Para mi sed me dieron vinagre”.
Las palabras de Jesús nos interpelan, piden que encuentren lugar en el corazón y sean respondidas con la vida. En su “tengo sed”, podemos escuchar la voz de los que sufren, el grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo, la súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz. Imploran la paz las víctimas de las guerras, las cuales contaminan los pueblos con el odio y la Tierra con las armas; imploran la paz nuestros hermanos y hermanas que viven bajo la amenaza de los bombardeos o son obligados a dejar su casa y a emigrar hacia lo desconocido, despojados de todo. Todos estos son hermanos y hermanas del Crucificado, los pequeños de su Reino, miembros heridos y resecos de su carne. Tienen sed. Pero a ellos se les da a menudo, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se preocupa de responderles? Ellos encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está harto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que se cambia de canal en televisión.
Que el Señor nos conceda, como a María junto a la cruz, estar unidos a él y cerca del que sufre. Acercándonos a cuantos hoy viven como crucificados y recibiendo la fuerza para amar del Señor Crucificado y resucitado, crecerá aún más la armonía y la comunión entre nosotros. Él es nuestra paz, el que ha venido a anunciar la paz a los de cerca y a los de lejos. Que nos guarde a todos en el amor y nos reúna en la unidad, para que lleguemos a ser lo que él desea: “Que todos sean uno”.
— Papa Francisco, condensado de su meditación ante líderes cristianos en Asís, septiembre de 2016
“Todo está cumplido”
Son las tres de la tarde, la hora nona. Se oscurece el Gólgota y escucha una fuerte voz que dice, “Todo está cumplido”.
Jesús llegó al mundo para transformarlo con su amor siguiendo la voluntad de su Padre.
Esta es la más breve de las siete Palabras en la Cruz, pero tiene un significado muy profundo para toda la humanidad, porque estas palabras expresan que Él ha cumplido fielmente con la voluntad del Padre que para Él era su norma, su alimento.
No en vano nos enseñó a decir “Hágase tu voluntad en la Tierra como en el cielo”. Lo llevaba en la sangre, en un misterio profundo de obediencia. En pocas palabras, se hizo dócil y obediente a la voluntad de su Padre.
¿Qué significan esas palabras para nosotros? Debemos darnos cuenta que estas palabras son de paz, de obediencia y de humildad que deberían resonar en nuestro interior y en el mundo, un mundo lleno de egoísmo, soberbio, rebelde, orgulloso y altanero.
Nosotros siempre, o la mayoría de las veces, no terminamos ningún proyecto. Este es el momento de contemplar al crucificado.
¿Podremos nosotros decir en el momento de nuestra partida, en el momento de nuestra muerte, todo está cumplido ahí donde fuimos plantados como hijos, padres, esposos, hermanos, o como amigos?
Como buenos cristianos, deberíamos pensar si estamos haciendo para lo que fuimos creados, para entregarnos al servicio de los demás, hacer felices a los que nos rodean, llevar la Buena Nueva a los más alejados, a los más vulnerables.
¿Podremos decir al final de nuestras vidas que todo está cumplido?
Quiero concluir diciendo que estas palabras de Jesús, “Todo está cumplido”, son palabras de esperanza y de seguridad que garantizan una salvación perfecta.
Podría referirme a lo que alguien dijo una vez, “el canto triunfante del calvario”. “Aquí tenemos las palabras más grandes pronunciadas por el hombre más grande en el día más grande”.
Algunos nos quedamos con el sufrimiento de Jesús. Pero tenemos que ver que Jesús tenía el control total de todo lo que sucedía en el Gólgota. Este es el canto triunfal de la vida sobre la muerte: ‘Todo está cumplido’.
— Diácono Enedino Aquino, coordinador del Ministerio Hispano del Vicariato de Greensboro
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Así con esta frase hemos llegado a la última de las siete palabras que Jesús en la cruz expresa para el beneficio de todos nosotros. Siete palabras que son como un mini-resumen de la Misión de Cristo en la tierra y que nos permiten reflexionar sobre nuestra propia misión como cristianos. Jesus comienza perdonando a los que no saben lo que hacen, es decir, la misión de Jesús comenzó con reconocer que necesitamos el perdón y por lo tanto su venida.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, tiene que ser nuestra petición cada día. Buscando en la enseñanza de Cristo, utilizar sus palabras antes de su muerte, para que se vuelvan las primeras palabras de vida en nuestro día a día. Porque las últimas palabras de Cristo dieron comienzo a una vida nueva y con su muerte en la Cruz nos dio la certeza de la Salvación.
Pidámosle a Dios que nos ayude a reconocer los obstáculos, que consciente o inconscientemente, nos estamos poniendo para recibir la gracia de Dios. Danos Señor la fortaleza para poder dejar de lado los obstáculos que nos impiden confiar en tí, Dios y Padre nuestro. Y si en el proceso tenemos que sufrir, danos Señor la fuerza para hacerlo con amor y paciencia. Ayúdanos a realizar lo que nos pides hacer por Ti en estos Días Santos. Muéstranos Señor lo que no te agrada y enséñanos a valorar con sinceridad la Preciosa Sangre que derramaste por nosotros en la Cruz.
Concluyo con las palabras de Santa Catarina de Siena en su Diálogo con Dios, “¡Oh Trinidad eterna! Oh deidad, que por la unión de la naturaleza divina hiciste que valiese tanto el precio de la Sangre de tu Hijo! Tú, Oh Trinidad eterna, eres un mar profundo, que cuanto más entro en él más hallo, y cuanto más hallo más te busco…El Espíritu Santo que procede de Tí y de tu Hijo, me ha dado Tu voluntad, la que me hace apta para amar, pues tú, Trinidad eterna, eres el hacedor, y yo la hechura. Por lo cual he conocido en la reparación que hiciste con la sangre de tu Hijo…Tú que lo diste, ten por bien de satisfacer y responder, infundiendo en mí luz de gracia, para que con esta misma luz te dé gracias y corra en esta vida mortal con verdadera obediencia y con la luz de la santísima fe, con la cual parece que embriagas ahora de nuevo mi alma”.
Que Dios los bendiga a todos ustedes y que les conceda vivir estos días Santos en la plenitud de su amor.
— Padre Miguel Sánchez, vicario parroquial en la Iglesia San Mateo en Charlotte
Sermón ‘Las Siete Palabras’ se emitirá el Viernes Santo al mediodía
CHARLOTTE — En lo que se ha convertido en una tradición para el Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte, el Viernes Santo se transmitirá una nueva edición de ‘Las Siete Palabras’, una reflexión sobre las últimas frases pronunciadas por Jesucristo durante de su pasión.
‘Las Siete Palabras’, una producción del centro audiovisual de Catholic News Herald, se realiza desde 2018. Los videos son publicados en las páginas de YouTube de la diócesis y de Facebook de Catholic News Herald en Español.
El programa contará con las reflexiones de seis diáconos y un sacerdote. Lo publicado en nuestra edición impresa es un resumen de sus disertaciones.
El Diácono Miguel Sebastián, ordenado en mayo de 2014, reflexionará sobre la Primera Palabra, ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’. Nacido en el municipio San Rafael, La Independencia, departamento de Huehuetenango, Guatemala, llegó a Estados Unidos en 1989 y sirve en la parroquia Carlos Borromeo en Morganton.
Nacido en Querétaro, México, en marzo de 1971, el Diácono Francisco Piña emigró a los 20 años a Estados Unidos. Casado, con tres hijos, fue ordenado en 2021 por el Obispo Jugis, quien lo asignó a la parroquia San Luis Gonzaga en Hickory. Tiene a su cargo la meditación de la Segunda Palabra, ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’.
El Diácono Herbert Quintanilla, salvadoreño, quien reside en Estados Unidos desde 1981, presenta la reflexión sobre la Tercera Palabra, ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre’. Ordenado en 2021, se puso a las órdenes del Obispo Jugis en la parroquia San Vicente de Paúl en Charlotte..
Nacido en San Miguel Tlaltetelco, Estado de Morelos, México, el Diácono Margarito Franco Torres, fue ordenado en 2021, sirviendo desde entonces en la parroquia
Nuestra Señora de Lourdes en Monroe. Este año se encuentra a cargo de la Cuarta Palabra, ‘Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado’.
Nacido en San Salvador, El Salvador, en 1968, el Diácono Eduardo Bernal llegó en 1990 a Estados Unidos huyendo de la guerra civil desatada en su país.
Ordenado en 2021, fue designado por el Obispo Jugis a servir en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe en Charlotte. Tiene a su cargo la reflexión sobre la Quinta Palabra, ‘Tengo Sed’.
El Diácono Enedino Aquino reflexiona sobre la Sexta Palabra, ‘Todo está cumplido’. Nacido en Tampico, Tamaulipas, fue ordenado por el Obispo Peter Jugis en enero de 2011. Actualmente es coordinador del Vicariato de Greensboro.
Finalmente, el Padre Miguel Sánchez tiene a su cargo la palabra, ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Nació en Ixtlahuacán del Río, México, en 1984.
Fue ordenado en 2021 por el Obispo Jugis y se desempeña actualmente como vicario parroquial en la Iglesia San Mateo en Charlotte.
El Padre Julio Domínguez dijo que espera que tanto la publicación como el video sean de utilidad para los feligreses y les ayude en su reflexión sobre el sacrificio de Cristo para lograr la salvación de nuestras almas.
— César Hurtado, reportero
Más online
En www.facebook.com/CNHEspañol y www.youtube.com/dioceseofcharlotte: Vea el video de las Siete Palabras estará disponible el Viernes Santo al mediodía